La alfombra roja
Ambiente de zona mixta futbolística o de alfombra roja de festival de cine. La previa de un debate limita el periodismo y obliga a ser más reactivos que analíticos. Los rumores que circulan (que luego se confirman): Alicia Sánchez-Camacho intentará convertir el debate en un cara a cara y seducir a los indecisos socialistas inquietos con el independentismo. Pere Navarro reivindicará haber sido el instigador del encuentro y se esforzará en desmentir los malos augurios. Artur Mas defenderá su condición de favorito. Josep Cuní será fiel a la responsabilidad de romper con la aritmética cronometrada de los debates públicos y procurará que los candidatos se expliquen con cierta alegría y una indisciplina que no le obligue a gritar: “Prou!”
Orden de llegada. Primero, Navarro, segunda SánchezCamacho, tercero Mas. Los dos primeros se detienen para hacer breves declaraciones protocolarias. Al tercero le basta dibujar una sonrisa que hace unos años calificábamos de kennediana y que, en las últimas semanas, ha pasado a adjetivarse de mesiánica (si antes de la campaña podía parecer que Mas levitaba, espoleado por la efervescencia del momento, ayer transmitía un cansancio terrenal). Su paso es rápido, rodeado de una expectación que recuerda ese momento que los aficionados al ciclismo conocen: llegas dos horas antes al lugar elegido para asistir a la etapa, ves pasar el pelotón a toda leche y entonces preguntas: “¿Ya está?”
Previamente a la llegada de candidatos, despliegue de séquitos. El de CiU, dieciséis personas. El del PSC, quince. El del PP, ocho. Se podría hacer una teoría del séquito inspirada en el principio de Arquímedes: un candidato soluble total o parcialmente sumergido en una campaña electoral experimenta un empuje vertical y hacia arriba equivalente al peso de las promesas desalojadas.
El séquito incluye colaboradores, expertos, compañeros de partido, ordenadores, blackberrys y, por supuesto, familiares. Los periodistas intentamos descifrar miradas, gestos, vestuarios y peinados. Se prueban micrófonos, enfoques de cámara y conexiones wi-fi. Se intercambian cotilleos, llamadas perdidas y pésimas noticias del gremio. Los candidatos y los séquitos se instalan en salas prudentemente separadas. Una periodista de RAC1 se acerca a Helena Rakosnik y, hablando de Mas, le pregunta: “Què li diu abans d’un debat? Li desitja sort?” Y Rakosnik, que asume con deportividad las servidumbres de ser primera dama, responde: “No cal. Ens entenem amb la mirada”.
La sala del PSC ha sido iluminada por un català emprenyat: potentes fluorescentes que invitan al derrame de retina o a confesar pecados mortales. Para compensar, el catering es celebrado con una euforia proporcional al hambre que detecto y con un comentario que no puede resistirme a reproducir: “¡Mejor que en TV3!” Y, consciente de la realidad, uno de los anfitriones comenta: “La privada és la privada”.
Sánchez-Camacho se somete a una sesión de secador, como si intuyera que el debate a tres le permitirá ser más protagonista que nunca y le proporcionará la oportunidad de anular al candidato socialista. Mas se peina solo. Navarro está en el servicio. Con la esperanza de conseguir una exclusiva intestinal, me acerco a escuchar si detecto algún trastorno, pero sólo oigo la clásica cadena de retrete, sin incidencias.
Se acerca la hora. Cuní mira el reloj y dice: “Falten set minuts i encara no estan microfonats!” Berna, el técnico de sonido, no pierde los nervios. Antes de ponerles el micro, me hace la pregunta más habitual en estos días: “Què hem de votar?”