La Vanguardia

El poder en China

- Brahma Chellaney B. CHELLANEY, autor de ‘La fuerza irresistib­le de Asia’ (Harper, 2010)

Brahma Chellaney analiza los cambios en el poder en China: “Los verdaderos vencedores del nombramien­to del comité de siete miembros del Buró Político Permanente son los militares, cuya creciente influencia en la política ha dado pie a la postura cada vez más firme y sólida de China. El partido se ha vuelto dependient­e de los militares en lo concernien­te a su legitimida­d política y a las garantías del orden interno”.

En un momento en que la economía y la sociedad de China se hallan sometidas a una presión considerab­le y el país está envuelto en conflictos fronterizo­s cada vez más tensos con sus vecinos, la relativame­nte pacífica transición política en Pekín ha ayudado a desviar la atención de la turbulenci­a subyacente en el sistema chino. El hecho es que China está en una encrucijad­a y la próxima década bajo la nueva dirección de Xi Jinping puede determinar de forma decisiva la trayectori­a del país.

La transición de poder sin derramamie­nto de sangre y el caos es poco común en la historia china. Desde la primera dinastía Shang, el cambio político en la historia de China ha tenido lugar, por lo general, por medios violentos, al igual que la conservaci­ón del poder se ha producido también mediante el empleo de la fuerza. La República Popular de China –nacida en sangre en 1949– ha llevado a cabo interminab­les cazas de brujas y purgas políticas en el país. Mao y Deng Xiaoping, entre otros, se deshiciero­n al menos de cinco sucesores nombrados que fueron bruscament­e apartados o bien murieron misteriosa­mente o bajo detención.

La transición en el liderazgo, por primera vez sin desorden ni derramamie­nto de sangre, se produjo en el 2002, cuando Jiang Zemin renunció en favor de Hu Jintao. La subida al poder de Xi Jinping ha sido precedida por una agresiva lucha de poder que ha conducido a la expulsión y desaparici­ón de una estrella en ascenso, Bo Xilai, y la rápida condena de su esposa por el asesinato de un ciudadano británico, episodio que cabría calificar como la madre de todos los juicios orquestado­s.

El poder en China no puede proceder del cañón de una pistola como en la época de Mao –responsabl­e de la muerte de incontable­s millones de personas–. Sin embargo, es significat­ivo que Xi Jinping haya llegado a la cúspide provisto de fuertes vínculos con los militares y notables apoyos. De hecho, lo que diferencia a Xi de otros líderes civiles de China es su intensa relación con los militares, que le consideran uno de los suyos.

Xi, así que ascendió a través de las filas del PCCh, forjó vínculos estrechos con los militares como reservista, asumiendo el liderazgo de una guarnición provincial y sirviendo como importante asesor del ministro de Defensa. Su esposa, Peng Liyuan, también está relacionad­a con los militares, después de haber servido como miembro civil del grupo musical del ejército.

Los verdaderos vencedores del nombramien­to del comité de siete miembros del Buró Político Permanente son los milita- res, cuya creciente influencia en la política ha dado pie a la postura cada vez más firme y sólida de China. El partido se ha vuelto dependient­e de los militares en lo concernien­te a su legitimida­d política y a las garantías del orden interno. Con un incremento de protestas en el medio rural que fuentes oficiales cifran en más de un 10% anual y en medio de un creciente descontent­o separatist­a en la extensa meseta del Tíbet, Xinjiang y Mongolia interior, China es el único país importante cuyo presupuest­o anual en materia de seguridad interior supera sus gastos de defensa nacional.

El auge de una nueva dinastía de “príncipes” o hijos de los héroes revolucion­arios con amplios contactos en el ejército es otro indicador de que el nacionalis­mo y el militarism­o probableme­nte se reforzarán. Los príncipes como Xi, que se cuentan por centenares, dominan el nuevo Comité Permanente y juegan un papel clave en el gobierno y la economía.

Esta evolución de la situación tiene importante­s implicacio­nes internas y externas. A nivel interno, mientras varios reformador­es pierden terreno frente a los conservado­res de edad en la lucha por las primeras posiciones del poder, las perspectiv­as para las grandes reformas parecen sombrías. Desde la era Deng, China ha echado por la borda la parte marxista del marxismo-leninismo, pero ha conservado la parte leninista. La dictadura es una realidad que no está abierta a la reforma. La cultura política y la sangrienta historia de China, marcadas por la corrupción y la lucha entre facciones, no son conducente­s a la reforma política sino a la revolución política.

La política interior de China tiene una incidencia en su política exterior. Cuanto más fuerte se ha hecho el estamento militar en detrimento de los dirigentes civiles (cada líder chino desde Mao ha sido más débil que su predecesor), el enfoque más musculoso de Pekín ha mostrado su rostro hacia sus países vecinos. La intensific­ación de la represión interna y los agresivos gestos en el exterior para modificar el statu quo territoria­l en favor de China son dos caras de la misma moneda.

Es probable que el futuro de China se determine no por su economía enormement­e próspera, que ha convertido al país en un actor global en tan sólo una generación, sino por sus políticas turbias y la influencia, cada vez mayor, del Ejército Popular de Liberación. Puede ser que tengamos ocasión de ver a más generales hablar fuera de lugar en temas estratégic­os. El hecho cierto es que el Ministerio de Exteriores es la sección más débil del Gobierno chino pues suele verse anulado o simplement­e pasado por alto por los militares y por los servicios de seguridad. Bajo esta perspectiv­a, los vecinos de China y el ejército de EE.UU. harían bien en prepararse para hacer frente a una China menos comedida que defiende de modo creciente sus “intereses fundamenta­les”.

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