El mundo mira a Europa y no lo sabemos
Cambian los tiempos, cambian los líderes, pero las posturas nacionales permanecen inalterables cuando llega la hora de negociar el presupuesto plurianual europeo. El primer ministro británico –en esta ocasión David Cameron– advierte que no le gusta nada el proyecto que presenta Bruselas. Francia afirma que la propuesta ni siquiera supone una base aceptable para la negociación. Italia amenaza con el veto y Alemania no descarta que la cumbre acabe en fracaso y los Veintisiete se vuelvan a reunir en una cumbre extraordinaria en febrero.
El problema es que los tiempos sí han cambiado y los líderes actuales ya no pueden jugar a primar el interés nacional. El mundo entero, y especialmente los mercados –los famosos y anónimos mercados–, los observan y no les dan ningún margen de maniobra.
Los tiempos en que Europa era el centro del mundo y los países de la UE se pasaban meses y meses discutiendo sin que ello tuviera repercusión alguna han pasado a la histo- ria. Ahora el tiempo apremia. Un fracaso en esta cumbre supondría un nuevo traspié para la Europa del euro y posiblemente nuevas presiones sobre la deuda soberana de los países en crisis. Es decir, los europeos lo pagaríamos caro.
Europa y sus líderes no pueden demostrar flaqueza ni divergencias. Ni volver a sus países diciendo que el acuerdo era inaceptable. Sus socios planetarios, EE.UU. y China, no lo entenderían. Y los mercados lo interpretarían como una nueva muestra de debilidad y redoblarían sus ataques al euro.
Es cierto que es la primera vez que los líderes europeos negocian un paquete plurianual en época de crisis. Hasta ahora siempre había optimismo: en 1988, la euforia de la unión monetaria; en 1992, la ilusión del mercado único y el tratado de Maastricht; en 1999, el entusiasmo por el euro; y en el 2006 aún se aspiraba a que la economía europea se convertiría en la más abierta y competitiva del planeta. Pero ello no es excusa para que el debate se concentre sólo en ver quien recorta más o quien logra que se reduzca menos.
El mundo entero y los mercados –esos mercados que nos causan insomnio– quieren saber si los europeos nos creemos nuestro proyecto y apostamos por más Europa y el euro. No hay más margen. En Bruselas sólo es posible el acuerdo.