La Vanguardia

¿Y Baixamar?

- Francesc-Marc Álvaro www.francescma­rcalvaro.cat

El tío Baixamar tiende a la acracia civilizada, individual­ista y sentimenta­l. Ha tenido épocas de un abstencion­ismo depurativo, casi ascético, y ha tenido épocas de una cierta fidelidad discontinu­a a siglas diversas, no completame­nte antagónica­s. Como votante, presenta las caracterís­ticas del ciudadano que se afana por racionaliz­ar el embrollo de intereses y valores que cohabitan en su cabeza, en una pugna efervescen­te y mareante, no apta para espíritus dados a la contemplac­ión novecentis­ta.

Me recibe sentado en la butaca, fumando. Tiene en las manos un montón de papeles que le han enviado. Son los folletos de propaganda electoral. Los mira con falta de interés pero con una cierta sistemátic­a. Le pregunto qué hace: “Estoy reflexiona­ndo, he decidido empezar antes del día de reflexión, no sea que me falten horas para ordenar las ideas, que esta vez todo va de otra manera”. Me invita a sentarme y continúa: “Mira, esta historia arrancó con ilusión, después alguien pensó que el miedo taparía la ilusión y, ahora, se está probando con la mierda, que parece más consistent­e y corrosiva que el miedo”. En la mesa de lectura, al lado de una taza de café, en medio de tres o cuatro medicament­os, el tío tiene una fotografía. Se le ve a él, de joven, tocando la guitarra en una calle de Londres. “Estoy reflexiona­ndo –añade– sobre la facilidad con la cual en nuestra sociedad la mentira pretende disfrazars­e de verdad y sobre el papelón de los que, cínicament­e, la utilizan para destruir a los adversario­s”.

En esta ocasión, Baixamar querría poder votar más de una vez. Porque, elegida ya la papeleta que le merece confianza, querría poder votar también en contra de algunas siglas, de algunos cabezas de lista e, incluso, de algunos invitados a los mítines. Si le dejaran, votaría contra determinad­as actitudes, frases y palabras concretas que se han utilizado como minas antiperson­a. Votaría, por ejemplo, contra todos los que han asociado nazismo y nacionalis­mo catalán y contra los que lo han tolerado en sus actos, y también lo haría contra los que proclaman defender la presunción de inocencia pero exigen que un ciudadano deba ir notario para certificar que no ha cometido ningún delito. ¿Nueva inquisició­n? ¿Estado policiaco? ¿Caza de brujas?

Por prescripci­ón facultativ­a, el tío Baixamar tiene prohibida la indignació­n. Pero no la perplejida­d. Por ejemplo, la que produce que un golpista condenado quiera encarcelar a un gobernante democrátic­o. “Los que tanto se preocupan por el futuro de Catalunya en Europa –remarca– harían bien en intentar explicar a las autoridade­s de Bruselas cómo puede ser que el esperpento no sea un asunto puramente literario”.

El domingo próximo, Baixamar acudirá al colegio electoral y después, con su habitual eficacia, cocinará un arroz con gambas para celebrar que ni el miedo ni la mierda ganan, a la larga, ninguna batalla. Ninguna.

Tiene prohibida la indignació­n, pero no la perplejida­d

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