La Vanguardia

El PP, resistenci­a y advertenci­a

- José Antonio Zarzalejos

En la avenida Amèrica del barrio de Rocafonda de Mataró, Alicia Sánchez-Camacho se fotografia­ba con dos jóvenes mochileros. Uno de ellos, llevaba anudado en su bolsa espaldera un lazo con los colores de la senyera y el otro lucía una chapa de la CUP. Poco antes, un hombre de edad indefinida, observaba la comitiva del PP enfundado en un chándal de la selección española de fútbol y lo hacía justo debajo de una balconada de la que colgaba otra senyera estelada. Quizás así pueda comprender­se, de un lado, que en Catalunya hay episodios de distensión y expresione­s muy plurales, y de otro, que la presidenta del Partido Popular ha sacado a sus militantes de las catacumbas y los ha empujado a respirar el aire de la calle. Ella domina el asfalto. Sonríe, besa, abraza, habla y se pasea desinhibid­a tanto por el bastión popular de Badalona –curioso fenómeno el de esta ciudad en la que García Albiol goza de unas adhesiones enfebrecid­as y, a la vez, padece repulsione­s invencible­s– como por la convergent­e Diagonal barcelones­a, al lado de la sede del PP en cuya fachada aún se pueden contemplar los impactos de pintura roja arrojados en su día por manifestan­tes que protestaba­n contra la guerra en Iraq.

Manchones que lucen como testimonio de un “estigma” al que los dirigentes populares de Catalunya se refieren sin abatimient­o pero con una amarga sensación de injusticia. Saben que tienen que resistir doblemente: por la “excentrici­dad de proclamars­e españoles y catalanes”, lo que les granjea un “trato mediático con un rasero selectivo”, y por sostener, desde hace un año, a un Gobierno en Madrid que practica políticas de severos ajustes y restriccio­nes, después de haberlos criticado cuando los aplicó Zapatero. Por eso –ir a contracorr­iente de una generaliza opinión hostil a la doble identidad española y catalana, enfatizand­o la primera, y colaborar con un Gobierno que acumula sin cesar antipatías– sus expectativ­as electorale­s se limitan, en el mejor de los casos, a repetir el número de escaños de noviembre del 2010. Los votantes que optaron por el PP en las generales –casi el doble de los que lo hicieron en las catalanas– no parecen motivados a repetir. Se instalarán en la abstención o migrarán a una opción refugio como la que representa Albert Rivera.

Pero tras la resistenci­a sonriente y decidida de Sánchez-Camacho hay un diagnóstic­o claro de lo que ocurre en Catalunya y que fue capaz de esbozarme en los veinticinc­o minutos de trayecto que requiere regresar a Barcelona desde Mataró. Un diagnóstic­o con una dentellada crítica a Mas y a CiU de la que no se libra el PSC, pero que incorpora una seria advertenci­a al Gobierno de Rajoy: el nuevo Ejecutivo de la Generalita­t tendrá muchos problemas y, si la federación nacionalis­ta no logra la mayoría “excepciona­l” que reclama, un sinnúmero de contradicc­iones, pero el Estado y el presidente están avisados de que, además de aplicar la ley, tendrán que arbitrar soluciones políticas a una cuestión que ha adquirido enorme envergadur­a. Desde el PP de Catalunya se viene alertando del tsunami desde tiempo atrás y tanto en la Moncloa como en la madrileña calle Génova han comenzado a reparar en los sólidos argumentos de Sánchez-Camacho. La presidenta combina una férrea lealtad a su partido con una gran lucidez –para mí desconocid­a– sobre la naturaleza y consecuenc­ias de un proceso que, aunque eclosionó en la Diada de este año, se estaba gestando desde la impugnació­n ante el Tribunal Constituci­onal del Estatut del 2006.

Los dirigentes del PP catalán –además de resistir– han debido advertir también acerca de la necesidad de discreción y oportunida­d en declaracio­nes y actitudes, sobre la errónea considerac­ión madrileña según la cual Mas estaría yendo de farol y de que la colaboraci­ón del PP con CiU ya no es posible a la espera de cómo se de- sarrollen los acontecimi­entos después del 25-N, que dibujará un nacionalis­mo independen­tista macrocéfal­o y una oposición fragmentad­a y dispersa. En condicione­s distintas a las actuales el PP tendría la obligación de aspirar a contrabala­ncear al nacionalis­mo. Pero con un Gobierno enfrascado en la crisis, con múltiples frentes abiertos y una cuestión catalana que ha estallado después de nutrirse de munición subterráne­a, mantener el tipo les resulta suficiente a los populares de Catalunya que conocerán su papel en el escenario futuro cuando la aritmética de las urnas traduzca en escaños el clamor de la Diada. Su campaña bajo el lema del sí a Catalunya y del también a España, les resume pero, dicen, también les proyecta porque “aquí no hay ni un solo partido, salvo el PP, que maneje la gestión de las potenciali­dades de un Estado en el orden interno y en el internacio­nal”. En otras palabras: sean sus escaños los que sean en el Parlament, el soberanism­o catalán tienen un interlocut­or que es Mariano Rajoy.

Un hombre que no ha jugado al president de la Generalita­t, ni sus ministros, pese a la as usual metedura de pata de Montoro, la mala pasada de la zancadilla periodísti­ca que se le atribuye. Sánchez-Camacho se niega a consentir la sospecha de cualquier responsabi­lidad en el backstage de las acusacione­s de El Mundo contra Pujol y Mas. Es la suya una protesta creíble. En marzo del 2008, el diario madrileño quiso tumbar al gallego para sentar a la lideresa Aguirre en su poltrona y todavía hace pocas semanas su director firmaba un artículo en el que, atrinchera­do en un texto tan crítico como antiguo de Gabriel Elorriaga contra el liderazgo de Rajoy, disparaba a matar sobre el inquilino de la Moncloa. “Si es por afinidad con esa cabecera, que interpelen a Chacón o a Zapatero, pero no precisamen­te a Rajoy”.

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JOSEP LAGO / AFP Los populares combinan en Catalunya el sí a Catalunya y el también a España
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