La Vanguardia

La democracia directa

- Màrius Carol

Espero con interés el libro España se merece democracia directa, que la editorial Zumaque publicará el mes próximo, según anunciaba el martes Ima Sanchís en La Contra. El autor es Daniel Ordás, un suizo de padres asturianos, militante del Partido Socialdemó­crata, que defiende que los políticos deben mandar menos y hacerlo más los ciudadanos con su voto. ¿Qué es la democracia directa? Pues un sistema en el que los políticos elegidos por el pueblo están obligados a poner a referéndum las decisiones importante­s. El tal Ordás, abogado de profesión, propone concentrar las votaciones de la población en cuatro referéndum­s al año. En la Confederac­ión Helvética se celebran anualmente veinte o treinta, y es evidente que internet facilita las cosas. Contaba el militante socialdemó­crata que, cuando la gente considera que los bienes comunes son suyos, asume más responsabi­lidades. En Suiza se acaba de subir el IVA por votación popular, mientras que en España se nos ha endilgado un IVA tres puntos superior, que son trece para la cultura. En cambio, en su país han sido los ciudadanos quienes han aceptado subirse este impuesto algo menos del 1% durante tres años, para tapar un agujero en la Seguridad Social.

En Europa les hemos dado a los po- líticos un exceso de responsabi­lidad sobre la gestión de los asuntos colectivos. En España, la impunidad de los responsabl­es de la cosa pública resulta descomunal, pues deciden incluso sobre cuestiones que afectan directamen­te las conciencia­s de los ciudadanos. Por ejemplo, ¿quién caray le manda cambiar la legislació­n vigente sobre el aborto al ministro de Justicia? Algo que funcionaba sin problemas, Alberto Ruiz Gallardón lo ha convertido en un problema, presionado por la cúpula de la Conferenci­a Episcopal, por los kikos o vaya a saber por quién. ¿Y si nos dejan decidir a los ciudadanos? Eso es lo que ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos, aprovechan­do las convocator­ias electorale­s. Una sociedad madura no necesita de políticos que se preocupen por sus pautas morales.

Segurament­e por culpa de cuarenta años de dictadura, nuestro país había perdido la concepción democrátic­a de la vida en sociedad. Les hemos dejado a los dirigentes políticos no sólo las llaves de la caja, sino también el llavero de nuestras conciencia­s. A menudo legislan sobre cuestiones que afectan nuestra privacidad, en lo que es claramente una invasión de la intimidad colectiva. España debe ser el único país en el mundo que, cuando se produce un vuelco político, no sólo se cambian ministros y secretario­s de Estado, sino incluso las presentado­ras de los Telediario­s.

Ordás asegura que la democracia directa no es de derechas ni de izquierda, sino otra manera de hacer política. La democracia se ha convertido aquí en una hipoteca a cuatro años con un altísimo interés.

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