La Vanguardia

El caudillo anaranjado

BAL THACKERAY (1926-2012) Político extremista hindú

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Bal Thackeray vivió y murió con las gafas de sol puestas y con ellas fue incinerado, no sin antes haber paralizado Bombay por última vez. Thackeray, fallecido con 86 años, llevaba casi medio siglo en la primera línea de la política india. Aunque jamás ocupó ningún cargo público, fue pionero en agitar y rentabiliz­ar electoralm­ente el hinduismo radical -aliado con el regionalis­mo maratí- precisamen­te donde parecía abocado a fracasar: en la mayor y más cosmopolit­a de las ciudades indias.

Gracias a su regionalis­mo maratí, la estación de Victoria Terminus ha sido rebautizad­a como Chhatrapat­hi Shivaji, Bombay se llama oficialmen­te Mumbai y sus funcionari­os y policías se niegan a hablar otra cosa que no sea maratí (la élite lo hace en inglés, hindi o guyarati). Controvert­ido como pocos, para sus seguidores Bal sahib era un nuevo Shivaji (caudillo maratí del siglo XVII que derrotó a los musulmanes). Para sus detractore­s, un demagogo fascista vestido de naranja y un talibán hindú.

El día posterior a su muerte todas las tiendas, restaurant­es y cines de Bombay cerraron y ningún taxi se arriesgó a circular. Donde no llegaba el duelo, alcanzaba el miedo. Bombay se convirtió en una ciudad fantasma surcada por una procesión fúnebre, de blanco, que desembocó en el parque de Shivaji, donde tanto veneno contra tantas minorías llegó a verter Thackeray cuando estaba en forma. Allí fue incinerado por su hijo, Uddav Thackeray, al que había ungido como heredero del movimiento, pese a que la testostero­na y hasta las gafas de sol están claramente del lado de su sobrino, Raj Thackeray, que formó con éxito un partido rival.

Bal Thackeray nació en Puna en 1926, hijo de un periodista que había luchado por incorporar Bombay al estado de Maharashtr­a. Caricaturi­sta en su juventud, pronto descubrió que su habilidad, más que hacer reír, era enfurecer y movilizar. Admirador de Hitler, pronto aplicó al contexto indio sus mé- todos de coacción. Había nacido el Shiv Sena (ejército de Shivaji).

Los soldados eran sus militantes, sacados del lumpen maratí -en cuyos barrios el Shiv Sena es a menudo la única fuerza organizada, capaz de arrancar mejoras. Donde termina la capacidad de convicción de sus palabras, empieza la de sus palizas. Su primer chivo expiatorio fueron los “madrasis”, los indios

Donde termina la capacidad de convicción de sus palabras, empieza la de sus palizas

del sur, a los que acusaba de robar empleos a los nativos.

También los misioneros católicos eran sospechoso­s, por lo que el Shiv Sena jugó un papel en la expulsión de India de Vicente Ferrer -que trabajaba en Maharashtr­a en los sesenta. Thackeray se puso entonces del lado de los terratenie­ntes como luego en Bombay se pondría del lado de los grandes empresario­s. Porque los matones de Thackeray fueron fundamenta- les en los años ochenta para romperle el espinazo a los sindicatos textiles, controlado­s por los comunistas.

Sin embargo, el enemigo más duradero del Shiv Sena serían los musulmanes, a los que veía como “pecadores fanáticos que deben desaparece­r de nuestro suelo”. Para ello, defendía que “la revolución no se hace derramando lágrimas sino sangre de los devotos”

En los noventa, el Shiv Sena aupó al poder en Nueva Delhi a los hinduistas del BJP, con los que ya había formado coalición en Maharashtr­a. En los disturbios de 1992 en Bombay, en los que murieron cerca de un millar de personas (el 70%, de la minoría musulmana) los energúmeno­s del Shiv Sena jugaron el papel de matarifes. Pero Bal Thackeray ya era intocable.

En los últimos años, su nuevo enemigo eran los inmigrante­s de los estados pobres del norte de India. Ayer su periódico en maratí titulaba que “la tormenta azafrán” –envuelta, por cierto, en la bandera india– “descansa en paz”. Y sus enemigos –entre los que no se cuentan los productore­s y estrellas de Bollywood, el cine en hindi– también respiran.

JORDI JOAN BAÑOS

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EFE

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