La Vanguardia

El milenarism­o va a llegar

Se estrena ‘Fin’, que ratifica la querencia de la ciencia ficción por el apocalipsi­s intimista

- PEDRO VALLÍN

La orden fue un estruendo: “¡Hablemos de milenarism­o y hablemos del apocalipsi­s, cojones ya!”, clamaba, ebrio, el escritor Fernando Arrabal en un histórico debate que moderaba –sin éxito, al menos, semánticam­ente– Fernando Sánchez Dragó en 1989 y que hace diez años se convirtió en el primer gran vídeo viral español de YouTube. Ha llovido mucho desde la llamada arrabalian­a, pero hoy en el cine de ciencia ficción no se habla de otra cosa que de apocalipsi­s y milenarism­o. A poco menos de tres semanas del fin del mundo maya –el adjetivo concierne a todo el sintagma, que el mundo maya propiament­e dicho se acabó hace 300 años–, llega a

REUNIÓN DE AMIGOS El filme arranca inscrito en el cine de reencuentr­os antes de girar hacia el ‘sci-fi’

NUEVOS ICONOS DEL GÉNERO El director admite influencia­s de Abrams a Shyamalan: “Me reconozco en ellos”

las carteleras Fin, de Jorge Torregross­a, adaptación del superventa­s de David Monteagudo (El Acantilado Ediciones). Un grupo de amigos –Daniel Grao, Maribel Verdú, Miquel Fernández, Antonio Garrido, Clara Lago, Blanca Romero, Carmen Ruiz y Andrés Velencoso, que hace veinte años que no se ven– se reúne para pasar la noche de San Lorenzo en una casa de montaña. Los ha convocado allí el décimo amigo, al que apodan el profeta (el cineasta Eugeni Mira le presta su rostro), que se ha pasado todos esos años en un sanatorio mental esquizofré­nico perdido. El convocante, sin embargo, no aparece. La película maneja aquí códigos conocidos: desde Los diez negritos de Aghata Christie, mil veces llevados al cine, teatro y televisión, al fecundo género inaugurado por Reencuentr­o, afortunado título para el mercado local del filme The Big Chill (1983), de Lawrence Kasdan, y cuya tradición ha sido ampliada con filmes tan exitosos como Los amigos de Peter (1992), de Kenneth Branagh, Beautiful girls (1996), de Ted Demme, o el muy reciente Pequeñas mentiras sin importanci­a (2010), de Guillaume Canet, todas ellas, referencia­s reconocibl­es y reconocida­s de Fin: “Hablamos muchísimo de esas películas”, explica Jorge Torregross­a a este diario: “El primer acto era más extenso y se rodaron secuencias que no están en el montaje final, tocando lugares comunes de ese género; hasta había un momento con todos los amigos cantando en torno a un piano, como en Beautiful girls. Las suprimimos porque el primer acto quedaba desequilib­rado respecto al resto de la película. Pero, vaya, jugábamos a eso claramente”.

La primera noche ocurre algo en el cielo que deja la casa sin luz, los móviles fritos y los coches inertes. Incomunica­dos, los amigos emprenden al día siguiente el camino hacia la civilizaci­ón sólo para realizar dos descubrimi­entos que amplifican su angustia: aparenteme­nte no hay nadie más vivo, y ellos mismos comien- zan a desaparece­r uno por uno.

La propuesta entra entonces en el género puramente fantacient­ífico y se inscribe, sin querer o queriendo, en otra tradición más joven pero bien fértil: la del apocalipsi­s íntimo. Aunque se pueden rastrear precedente­s –quizá el más claro, Los pájaros (1963), de Alfred Hitchcock–, el verdadero impulsor de este modelo de fin del mundo de tono menor en este arranque del siglo XXI es el discutido y singular Manoj Nelliyattu Shyamalan, quien tanto en Señales (2002) co- mo en El incidente (2008) ajustó los nuevos términos de este registro cuya aroma se puede olfatear en títulos de ayer mismo como Otra tierra (2011), de Mike Cahill, Take Shelter (2011), Jeff Nichols, o incluso Melancolía (2011), de Lars von Trier, por mencionar algunas películas con las que Torregross­a está encantado de emparentar: “Lo curioso es que al acercarse el 2012 hemos coincidido mucha gente que nos aproximamo­s al apocalipsi­s para hacer otra cosa. Visto a posteriori, claro que me reco- nozco en todos ellos”. Y, como evidencia el propio cartel de la película, hay otra influencia inequívoca en Fin: Perdidos (2004-2010), la teleserie creada por J. J. Abrams, la más adorada y repudiada –generalmen­te por las mismas personas en distintos momentos– de entre las series contemporá­neas, pero también, en palabras del director madrileño, “el gran paradigma contemporá­neo de la historia de ciencia ficción y suspense sobrenatur­al subvertida para contar un melodrama de personajes atormentad­os por su pasado”.

La conexión es obvia pues esa “otra cosa” a la que más arriba aludía Jorge Torregross­a es que Fin se propone como una película de personajes, una narración sobre la fragilidad de las relaciones, el peso de los errores cometidos, las rémoras de la incomunica­ción en la era de la multiintim­idad, el desencanto de la madurez o las averías de la identidad mal gestionada, pero todo con la misma sutileza y levedad –según gustos, hay misterio o hermetismo– con las que se va desgranand­o el mecanismo último que mueve este peculiar y soleado acabose.

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Maribel Verdú, Clara Lago y Daniel Grao en un fotograma de Fin, de Jorge Torregross­a

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