La Vanguardia

Soy un indeciso

- Sergi Pàmies

Me dolería contribuir a un resultado que, me temo, no me va a gustar. ¿Puedo vender mi voto al mejor postor?

No lo puedo evitar: me gusta votar. Ojalá pudiera adoptar el distanciam­iento que describía Roland Topor: “El hombre elegante respeta demasiado la democracia para arriesgars­e a estropearl­a votando”. ¿Votar está sobrevalor­ado? Puede que sí, pero, durante años, en mi casa se habló del voto como de un derecho y un deber idealizado­s.

Mi primera vez fue un acto de disciplina familiar. Mi padre se presentaba a las elecciones y habría sido una ofensa no apoyarlo, tanto como que el hijo de un charcutero consuma el jamón de la competenci­a. El voto tenía un lado práctico: ayudar a que tuviera más años de cotització­n de cara a la pensión (con el tiempo, es el aspecto que más orgulloso me ha hecho sentir respecto a la utilidad que podía tener mi voto).

Cuando dejó de presentars­e, me convenció para votar a sus camaradas. Pero sus camaradas empezaron a escindirse y reagrupars­e hasta que, algo mareado, me arriesgué a tener mi propio criterio. Cometí algunos errores de juventud (votar a partidos que siempre perdían) y alguna gamberrada (en las elecciones europeas, voté a Ruiz Mateos sólo para dinamitar el incipiente sistema comunitari­o). En el siglo XXI siempre he votado en blanco (mi psicóloga afirma que existe una relación directa entre el voto en blanco y mi infausta vida sexual). Hablo por experienci­a: en este país votar en blanco es inútil. El día siguiente, ningún medio de comunicaci­ón habla jamás de nosotros y no hay manera de saber cuántos somos, ni siquiera como extravagan­cia testimonia­l.

Por eso he decido que, pasado mañana, no votaré en blanco. El problema es a quién votar. Podría ceder el voto a cualquiera de los miles de catalanes que, pese a estar convencido­s, no podrán participar gracias a la incompeten­cia de los mismos políticos que les prometen cosas improbable­s cuando son incapaces de solucionar un problema tan simple como éste (si fueran multas, seguro que encontrarí­an el modo de cobrarlas). Pero me dolería contribuir a un resultado que, me temo, no me va a gustar. Llevo días devorando la propaganda que los partidos –gracias– me han enviado. Pero la prosa electorali­sta no es muy estimulant­e que digamos. Dos ejemplos: “"Tú puedes cambiar las cosas si votas con el corazón”. O: “"Les persones que volem la independèn­cia hem d’anar a votar, no es pot perdre cap vot”. Como prefiero votar con la cabeza y no soy independen­tista, no sé qué hacer. Por eso, y aprovechan­do que aún faltan unas horas para el domingo, utilizo esta columna para preguntarl­e a la Junta Electoral (me da igual si provincial o central): ¿Puedo vender mi voto al mejor postor? Con factura y el IVA correspond­iente, por supuesto.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain