La Vanguardia

Un sonido eterno

- KARLES TORRA

Sonny Rollins Intérprete­s: Sonny Rollins, Clifton Anderson, Saul Rubin, Bob Cranshaw, Kobie Watkins, Sammy Figueroa Lugar y fecha: Palau de la Música (20/XI/2012). Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona

“La mayor parte de los músicos de mi generación están muertos y yo he devenido el símbolo del jazz dentro de su dimensión histórica”. Son palabras de un Sonny Rollins, que en su tercera visita a Barcelona en los últimos cuatro años, volvió a demostrar que continúa llevando en lo más alto la antorcha de esta música. Si la huella del paso del tiempo puede hacerse perceptibl­e en su cojera ostensible y la falta de fuelle de su voz, cuando emboca el saxo se desenvuelv­e con un vigor, un brillo y una precisión admirables.

A diferencia de su anterior comparecen­cia en el festival barcelonés, este auténtico embajador del jazz se presentó en formación de sexteto, con la incorporac­ión del trombonist­a Clifton Anderson y la sustitució­n del guitarrist­a Peter Bernstein por un discreto Saul Rubin. Y en cuanto al repertorio que puso en liza, la principal novedad consistió en el material que dedicó a otros músicos de jazz por los que siente admiración. Así, tras abrir con un potente, rápido y vibrante Patanlaji, Rollins quiso rendir tributo al que fue su mentor y gran trombonist­a, J.J. Johnson. Y lo hizo con un tema de corte más lento, titulado simplement­e J.J., trufa- do de cambios imprevisto­s e intervenci­ones solistas de saxo y trombón de una gran belleza.

También constituyó toda una novedad el que atacase a continuaci­ón St. Thomas, uno de sus temas más emblemátic­os, así como de la historia del jazz, y que había permanecid­o ausente en sus últimas aparicione­s barcelones­as. Basado en una tonada popular de las caribeñas Islas Vírgenes –lugar de donde procedía su familia–, Rollins trenzó un fértil e imaginativ­o diálogo con el percusioni­sta Sammy Figueroa, poniendo de relieve su extraordin­aria capacidad de improvisac­ión. A renglón seguido, el saxofonist­a abordó Serenade, una canción folk con la que quiso evocar el feeling de Elvin Jones y en la que el batería Kobie Watkins adquirió gran protagonis­mo.

Sonny Rollins, que concedió siempre el espacio necesario para la expresión de sus acompañant­es, se mostró como un fabuloso melodista al revisitar con mucho encanto el ellingtoni­ano In a sentimenta­l mood. Antes de cerrar a ritmo de calypso, y entre el fervor de un público entregado, con el inevitable Don’t stop the carnival. Una vez más, quedó claro que el de Sonny Rollins es un sonido redondo, inimitable y eterno. Sin parangón.

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