César muere entre barrotes
Las palabras de Shakespeare resuenan de otra manera entre las paredes de una prisión. César debe morir a manos de Bruto, una vez más. Pero esta vez morirá por el puñal de unos hombres sin destino, o sin más destino que ver pasar el tiempo entre rejas: los presos de la cárcel de alta seguridad de Rebibbia, en Roma. ¿El arte les libera? ¿O multiplica su condena? “Desde que he cono- cido el teatro, mi celda se ha convertido en una cárcel”, dice uno de los presos/intérpretes al acabar la representación.
Cesar debe morir, de los Taviani, es una película documental, por lo que tiene de constatación de una realidad. Pero también es una tragedia multiplicada por el propio drama de los internos. Emocionante, intensa y áspera realidad; seca como un trago de ginebra, salvaje y excelsa a la vez.
El filme de los veteranos Taviani, Paolo y Vittorio, justamente reconocido con el Oso de Oro en la pasada edición de la Berlinale, sigue la elección de los intérpretes, los ensayos y la propia representación de la obra de Shakespeare en esta cárcel de Rebibbia, donde funciona un estupendo grupo de teatro. En este sentido es un documental, sí. Pero a partir de ahí no sabemos nada más de esos internos ni tenemos más contexto que su nombre y su edad, que el director les hace decir llorando y riendo. Nada más. Ni hace falta. Porque empieza la representación, con los presos deambulando por las galerías, en un continuo movimiento que, por momentos, se confunde con su propia existencia. Incluso en los odios y enfrentamientos, el espacio impone carácter. Y César muere a manos de un Bruto angustiado. Entre barrotes.
Olvidemos que los Taviani son los octogenarios Taviani, tanto sus admiradores como los indiferentes. Aquí son otros, o lo parecen. El dominio del espacio constreñido es absoluto. Y su cámara, como los presos, gana en libertad con las largas tomas (en blanco y negro) mientras los primeros planos, como las sombras, se cargan de presagios...