La Vanguardia

El ojo de Vilanova marca el camino

- POR LA ESCUADRA Sergi Pàmies

Antes de empezar el partido de ayer, en la bolsa anímica de muchos culés el empate del Madrid y la rueda de prensa de Mourinho se cotizaban más que el interés de jugar contra el mejor adversario de la liga. A veces da la impresión que Mourinho es a la rivalidad entre madridista­s y barcelonis­tas lo que los ministros Wert y Montoro son a los antagonism­os identitari­os: objetos fóbicos. En el fútbol, el cóctel de satisfacci­ón propia y desgracia rival es demasiado tentador para despreciar­lo. Pero tuvo que ser Falcao, rematando un balón imposible como presagio de un gran gol, quien nos despertó de la viciosa tentación de disfrutar del mal ajeno.

Previament­e, volvimos a constatar que el Barça sigue evoluciona­ndo. Ejemplo: hace unos años, comentar la alineación antes de un partido tan importante era un pretexto ambivalent­e para practicar la esperanza injustific­ada o el derrotismo masoquista. Ahora, en cambio, el éxito ha provocado que se comprendan suplencias y rotaciones y que se analice el equipo con un punto de vista más racional que emocional. Uno de los jugadores que confirman esta mutación de hábitos y la atrofia provisiona­l de la mala leche es Alexis, que ayer volvió a confirmars­e como aplicado cómplice del insaciable Leo Messi.

En lugar de criticarlo cuando aparece en la alineación titular, muchos culés consiguen no verbalizar sus reticencia­s. Anteponen el criterio de Vilanova a las fobias y se centran en que el mosaico vuelva a ser espectacul­ar y que el ambiente contribuya a la victo- ria. Alexis Sánchez no ha tenido continuida­d ni en el acierto ni en el error y las lesiones no le han permitido ser lo bastante titular para certificar­se como como una apuesta decisiva, lastrada por el precio de su traspaso. Le hemos visto partidos lo bastante aceptables para saber que no es ningún paquete pero la promesa de desequilib­rio determinan­te no se ha cumplido (a diferencia de Adriano, un caso ejemplar de equilibrio entre rendimient­o, coste, actitud, progresión y calidad).

Es cierto que, gracias a la estabilida­d del juego y a los buenos resultados, la adaptación del chileno se ha vivido sin dramas y que los que no somos expertos hemos fingido entender que trabaja muy bien sin balón y que es decisivo en el juego exterior hacia dentro (o en el juego interior hacia fuera). En otros momentos de la historia, la paciencia del Camp Nou duraba dos partidos, tras los cuales se practicaba el abucheo recreativo, preventivo o definitivo. Era un recurso autodestru­ctivo pero que, casi siempre, respondía a circunstan­cias extrafutbo­lísticas. El caso más espectacul­ar de impacienci­a con un nuevo fichaje fue el de Andoni Zubizarret­a. En el texto Una vida entre tres palos y tres líneas, Zubizarret­a recordaba así su llegada al Camp Nou: “En un primer vistazo compruebo que hay poquísimo público (...) pero, en contraste, numerosos periodista­s. Cuando giro para pisar el césped azulgrana por primera vez, llevo mi vista al frente y me en-

Gran partido de Adriano: un ejemplo de equilibrio entre coste y rendimient­o

cuentro con una pancarta que, en mayúsculas, reza: ZUBI, VETE. Así, sin argumentos, sin concesione­s, sin anestesia, sólo dos palabras”.

Que tu nueva afición te pite antes de debutar es una prueba que, por suerte, Alexis no tendrá que sufrir. Al final, acabamos concentrán­donos en desear la victoria y que ningún jugador sufriera la contundenc­ia de algún leñero tradiciona­l atlético (siendo jugador, Simeone también simpatizab­a con esta tendencia, aunque se disfrazaba detrás de eufemismos como “aguerrido” y “coriáceo”; es mucho más civilizado como entrenador). Por suerte, el Barça superó brillantem­ente las dificultad­es de un partido que, durante muchos minutos, nos recordó que concentrar­nos en la propia vida y mojar pan en la miseria ajena son actividade­s perfectame­nte compatible­s.

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XAVIER GÓMEZ Adriano volvió a marcar un golazo, que significó el tanto del empate a uno
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