Cerrada por recortes
La Casa Blanca suspende las visitas turísticas por el ‘secuestro’ presupuestario
Los alumnos de la escuela Lanier de Houston (Texas) se quedaron fuera de la Casa Blanca. Tenían cita para visitarla el sábado 9 de marzo. Pero unos días antes recibieron una notificación. La visita se había suspendido.
“Los chavales han recibido una terrible lección de educación cívica”, se quejó Heather O'Connor, madre de un alumno de 12 años, al diario Houston Chroni
cle. Miles de ciudadanos se han encontrado en los últimos días en la misma situación.
Los recortes presupuestarios conocidos como sequester o se
cuestro –85.000 millones de dólares en siete meses– también afectan a la Casa Blanca. Cerrar las puertas de la residencia presidencial a los ciudadanos permitirá ahorrar 74.000 dólares semanales. Treinta y siete empleados públicos trabajaban en la ruta turística del Ala Este
Las visitas, como recordaba la madre texana, son en sí mismas una lección cívica. “No hay ningún otro país en la tierra donde los ciudadanos puedan entrar en el lugar donde vive la persona que manda”, dijo al citado diario Ted Poe, congresista republicano por Texas.
Los visitantes no accedían al dormitorio del presidente y la primera dama, ni tampoco al Despacho Oval –epicentro del poder presidencial–, pero entraban en algunas de las salas y pasillos con más historia, y podían pasear por el jardín norte del edificio.
“Es un lugar imbuido de historia, pero también es un lugar en el que todo el mundo debería sentirse bienvenido –dijo una vez la primera dama, Michelle Obama–. Y es por eso que mi marido y yo nos hemos propuesto abrir la casa a tantas personas como podamos”. el destino del mundo”, describió en La Vanguardia, en 1965, Miguel Delibes, que entonces residía en Estados Unidos.
Los presidentes son inquilinos por un tiempo limitado, llegan y se van, pero las puertas del 1600 de la avenida de Pensilvania siguen abiertas a sus propietarios, los ciudadanos. Para muchos, el viaje a Washington para ver la Casa Blanca, el Capitolio, los monumentos y museos del National Mall, es como para los chinos viajar a Pekín y ver a Mao.
Para visitar la Casa Blanca se requería la invitación de un congresista o, en el caso de los extranjeros, de la embajada correspondiente. El cierre se ha convertido en artillería política.
El efecto mediático es notable: sirve al presidente para hacer pedagogía, para que se visualicen las consecuencias perniciosas de la política de bloqueo de la oposición republicana en el Capitolio. Y es posible que, quien quede mal ante los votantes, no sea tanto el presidente como el congresista que les ha invitado (y nada hicieron por frenar el secuestro).
Los recortes entraron en vigor el 1 de marzo. El demócrata Obama y los republicanos, que controlan la Cámara de Representantes, debían encontrar una alternativa a la austeridad indiscriminada, pero no lo lograron.
Obama culpa a la derecha, pero no resulta fácil convencer a los ciudadanos de que los recortes fueran una mala idea. Pocos los notan todavía. Los pronósticos apocalípticos no se han cumplido. Y la medida es anecdótica: otros recortes –en la educación, en la seguridad de los aeropuer- tos, en el Pentágono– son más controvertidos y costosos.
Usar los tours de la Casa Blanca en el debate sobre el secuestro puede volverse en contra del presidente. Los republicanos contrastan la decisión con el gasto que representó, en febrero, un fin de semana de golf en Florida, o con ayuda a otros países. En un congreso de activistas conservadores este fin de semana, en las afueras de Washington, uno de los argumentos recurrentes de los oradores contra la Administración Obama fueron las visitas a la Casa Blanca. “La semana pasada el presidente Obama suprimió las visitas a la Casa Blanca y envió 250 millones de dólares a Egipto”, dijo el senador por Te- xas Ted Cruz, estrella emergente del Partido Republicano.
El cierre, en todo caso, es temporal: un acuerdo entre demócratas y republicanos, o la decisión de Obama de aplicarlos en otro departamento, permitiría reabrir la Casa Blanca.
Las visitas se han convertido en un emblema del Washington disfuncional. De una lección de civismo –la visita a la sede de poder ejecutivo– a otra, quizá más real: una lección práctica sobre los alambicados equilibrios de poder en EE.UU.
La Casa Blanca tiene algo de casa del pueblo, sin la monumentalidad de la cancillería de Berlín ni el aislamiento de La Moncloa. “No es una construcción de nuevo rico, despampanante, sino un edificio discreto donde a uno le cuesta admitir que, en buena medida, sea el horno donde se cuece