Protesta sí, calidad también
Quién sabe: tal vez, cuando el ministro y sus contables no tengan miedo del ridículo y reconozcan que en el caso del IVA teatral la han pifiado y que con el 21% el Estado está recaudando menos que lo que recaudaría sin esta tasa desorbitada, quién sabe si entonces, ante una evidencia tan clamorosa, devuelva al teatro la razonable fiscalidad perdida y las artes escénicas se vean aliviadas de la carga criminal que las ahoga. Desde septiembre del 2012, el teatro en Catalunya ha perdido cerca del 30% de espectadores. Y de todos estos, según estudios solventes, un 62% se habrían dado de baja por culpa del IVA monstruoso.
Contra la opresión, imaginación. Y la imaginación llevó a una gente de Bescanó a vender zanahorias, que tributan un 4%, y regalar una entrada de teatro, y a los reponsables de la Sala Beckett y la compañía que la visitó el 10 de enero, a inventarse “la taquilla inversa”. El público de un buen texto de Nick Payne, muy bien dirigido por Marilia Samper, pagó a la salida lo que le pareció que valía el espectáculo que acababa de ver. Y bien: si después de impuestos y descuentos, la Beckett recaudaba una media de 11 euros por butaca ocupada, con la nueva fórmula, y después de todas las deducciones, recaudó 13.
Es cierto que regalar hortalizas o decidir libremente el precio de una localidad son trapicheos vulnerables administrativa y jurídicamente. Pero el caso de la Beckett demuestra que la calidad, aunque no se hable, es un elemento básico, en medio de la crisis. Esta hace que hoy día, un espectáculo mediocre se hunda más temprano que nunca y que un buen espectáculo tarde más que antes en convertirse en un éxito brillante. Hay ejemplos a montones. No digo que las quejas del sector no sean meditadas ni que las agresiones fiscales contra la cultura dejen de ser deplorables. La vergüenza de la UE. Ahora, también es cierto que una obra teatral bien hecha sigue siendo un cebo, capaz de vencer todas las tempestades. Quizás hay que pensar en ello más a menudo.