Un reino plagado de reyes
La abdicación de Alberto II de los belgas da paso a que convivan tres reinas, dos reyes y una heredera
Extraños tiempos estos en que en Roma conviven dos papas y en Bélgica, pronto, la friolera de cinco reyes... La abdicación de Alberto de Bélgica, anunciada por sorpresa hace diez días, provocará una situación inédita en el país y en el resto de monarquías europeas: la convivencia en el tiempo de tres reinas, dos reyes y, por último, una heredera.
“Contrariamente a lo que ha ocurrido en Holanda, donde la reina Beatriz se convirtió en princesa tras su abdicación, en nuestro país se aplica el principio de ‘una vez rey, por siempre rey’”, explica el profesor de Derecho Público de la Universidad de Lovaina, Paul Van Orshoven. El título se mantiene de forma honorífica hasta la muerte. Por eso, a partir del próximo domingo 21 de julio, Bélgica tendrá dos reyes, Alberto y su hijo Felipe, aunque el primero no ejercerá como tal y a efectos legales pasará a ser un ciudadano ordinario; es decir, dejará de ser inviolable legalmente. Sólo el segundo, su hijo Felipe, hoy duque de Brabante, será jefe de Estado y será llamado “rey de los belgas” –que no de Bélgica, como establece la Constitución.
La misma costumbre rige con las reinas. En este caso, pasará a haber tres, todas consortes, aunque en diversas situaciones. En una semana, Paola, esposa de Alberto, pasará de ser reina consorte a reina madre. Y la princesa Matilde se convertirá en reina de los belgas. Nada cambia para Fabiola, que es la reina viuda desde el fallecimiento de Balduino, en 1993. Cada una, por suerte, vivirá en su propia casa, ya que es sabido que la relación entre ellas dista de ser ideal.
Fabiola seguirá retirada en el palacete de Stuyvenberg; Matilde y su familia, en el palacio de Laeken (donde antes vivieron Balduino y su esposa), y Paola, en el castillo de Belvedere, donde reside desde que se casó con Alberto.
Menos complicada es la identidad del próximo heredero de la Corona, título que pasará del príncipe Felipe a su hija, Isabel, de once años, la primera de sus cuatro vástagos. Es la primera vez que una mujer ostentará el título de heredera en los 183 años de historia del país, donde la ley sálica fue abolida en 1991.
También entre 1951 y 1983 hubo dos reyes en Bélgica, Leopoldo III y su hijo Balduino. Durante nueve años incluso vivieron juntos en el palacio de Laeken, una situación extraña que dificultó que el joven rey ejerciera el cargo con libertad y que se corrigió en 1960, cuando este, superada la treintena y en medio de ru- mores sobre si acabaría retirado en un convento, casóse con la española Fabiola de Mora y Aragón. Lo que Bélgica no ha tenido nunca al mismo tiempo es tres reinas, aunque sí hubo dos después de la muerte de Alberto I, en 1934, cuando su viuda Isabel compartió el título con Astrid, primera esposa de Leopoldo III.
Curiosidades históricas aparte, la llegada al trono del príncipe Felipe se produce en un contexto político muy distinto al de sus antecesores por las tensiones entre flamencos y valones. A juicio del Gobierno los nuevos tiempos aconsejan hacer algunos cambios simbólicos, empezando por el nombre oficial del nuevo rey.
Para evitar herir susceptibilidades y dar alas a los independentistas, una nueva ley de lenguas permitirá al nuevo monarca firmar leyes en los tres idiomas oficiales del país. Así, será Philippe en francés; Filip, en holandés, y en alemán, Philipp. Una solución muy propia de un país de naturaleza pactista como es Bélgica (es una de las razones por las que sigue unido). Eso sí, sólo se puede reinar con un nombre, y el príncipe ha decidido que sea Philippe. De nuevo, para no molestar a nadie, la casa real indica que “aquellos que se han acostumbrado a utilizar la ortografía Filip son libres de seguir utilizándola en el futuro”.