¿Inicio de campaña?

¿Qué le pasa a Guardiola? ¿A qué viene su andanada? Pocos lo deben saber con certeza, pero como ni unos ni otros dicen toda la verdad y el asunto tiene más deriva personal que deportiva, la especulación se hace inevitable. Si algo se le ha reconocido a Pep Guardiola en su exitoso paso por el banquillo del Barça es que conoce bien el club y que dominó como pocos el sobrevalorado entorno. Durante su tiempo de triunfos en el Camp Nou demostró ser un maestro en la administración de sus declaracio- nes. Por eso, su ataque del jueves no fue un calentón. Lo tenía preparado. Dijo lo que quiso decir y sus palabras tenían objetivos claros. Hay quien dice que su inusual reacción se trató en el fondo de una cortina de humo por el fichaje de Thiago Alcántara para suavizar un acto que muchos culés pueden interpretar como una traición o como un castigo al club por no haber sabido retener al jugador. Poco hay de eso. Precisamente porque Pep pasa por ser un gran estratega, al menos sobre el terreno de juego, no es creíble que en este momento queme las naves como lo ha hecho por un traspaso. Hay más. Sigue el mar de fon- do. Guardiola no se esconde de ser amigo de quien es y de escoger también a sus enemigos. Hace bien. Pero tanto él como algunas de esas amistades tienen proyectos y ambiciones que entrarán en competencia con la actual directiva cuando se convoquen elecciones a la presidencia del club. ¿Será ese el motivo? ¿Ha empezado la campaña electoral azulgrana? Está claro que ya hace rato que comenzó. Por eso y porque ahora dirige al equipo verdugo del doloroso 7 a 0 de la pasada eliminatoria de la Champions, Guardiola debe ir con cuidado porque pronunciamientos como el último crean división y tienen el riesgo de convertirlo ante parte de la afición en el nuevo demonio culé que sustituya al inefable Mourinho.