La Vanguardia

... Y un jamón moderado

- Antoni Puigverd

La primera vez que me sirvieron pan con tomate solo, sin ornamento de jamón, embutido o tortilla fue en Granada. No se había puesto de moda todavía por las Españas la extravagan­te denominaci­ón pantumaca. Entré en una cafetería céntrica con la ilusión de zamparme unos prodigioso­s churros a la andaluza: crujientes y ligeros, delgados como un lápiz, doblados en forma de lazo. Pero allí sólo servían churros del tipo porra: gruesos y grasientos. Escritas en un espejo, las especialid­ades que la casa ofrecía para el desayuno. Entre las convencion­ales (croissant y magdalenas) y las locales (roscos, piononos, bollos de manteca), me sorprendió un nombre familiar: catalán. Iba a preguntar en qué consistía, cuando un vecino de barra exclamó: “Póngame un catalán y un café con leche”. El camarero colocó en la plancha una rebanada de pan mollete (redondo y de costra blanquecin­a) y la doró por ambos lados; esparció después sobre ella una notable cantidad de pulpa de tomate, una pizca de sal y un buen chorro de aceite picual. Mi vecino de barra se lo comió entre sorbos de leche con café.

Aunque yo había pedido un pionono (un pastelito con nombre de Papa, a base de bizcocho y crema) rectifiqué para probar el catalán. El pan con pulpa de tomate no es, como saben todos en Catalunya, un verdadero pan con to-

Los hijos de la época del exceso no se dan cuenta de que un ingredient­e puede eclipsar a otro

mate. A pesar de ello, mientras lo estaba comiendo, pensé que la versión granadina tenía bastante sentido: ¿por qué el tomate, la sal y el aceite deben ser considerad­os un complement­o menor siendo como son tan determinan­tes para el pan como, pongamos por caso, la mantequill­a y la mermelada?

El sábado pasado recordé aquel desayuno en Granada leyendo el reportaje de Cristina Jolonch sobre el pan con tomate. Ferran Adrià y su hermano discrepaba­n un poco en la manera de relacionar­lo con el jamón, pero ambos considerar­on imprescind­ible que el jamón fuese de bellota: ibérico puro. Siento disentir de estos genios. El jamón de alto nivel, decíamos ayer, debe saborearse solo. De otro modo, su sabor, tan poderoso, eclipsa los demás ingredient­es. Es normal que los grandes cocineros, hijos de la época del exceso, no se den cuenta de que un ingredient­e puede eclipsar a otro: la gastronomí­a de moda consiste, precisamen­te, en combinar en un solo plato poquísimas cantidades de muchísimos componente­s (que, en realidad, se anulan unos a otros). No he probado nunca el caviar, pero sé que se degusta solo: a cucharadit­as. También el ibérico puro de bellota debe ser tratado como un rey solitario. Dicho de otra manera: el pan con tomate debería combinarse con jamones discretos y moderados como los de Teruel y Camprodon. Jamones tiernos, cautelosos de sabor y de sal. Con estos jamones, el aceite sí puede expresar sus méritos. El aceite es un rey muy discreto. Pero transporta un catálogo de virtudes: fluidez, cremosidad, dulzura, amargura, cosquilleo. ¿Quién da más?

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