La Vanguardia

Un día de caza

- Màrius Carol

La comparecen­cia de Mariano Rajoy en el Parlamento, acosado por la oposición en pleno, se pareció a lo que los cazadores califican de un mal día: avistaban la pieza, pensaban que estaba a tiro y a pesar de que todos dispararon con bala nadie pudo cobrarse el trofeo. Y es que no basta ponerse estupendo para llenar el zurrón: lo más importante para una buena jornada cinegética es conocer no sólo el terreno, sino también los movimiento­s de la pieza que se desea cobrar.

Contó Manuel Fraga en su libro Memoria breve de una vida pública el accidentad­o día en que debutó como cazador. El general Franco le había invitado a cazar perdices en Santa Cruz de Mudela, que es el mayor coto de España y que gestiona Parques Naturales. El anterior jefe del Estado siempre presumió de haber matado más de mil perdices en un día, aunque nunca quedó claro cuantos disparaban a las aves al mismo tiempo que Franco, para que se alcanzara semejante botín. Pues bien, Fraga se compró un equipo completo de montería para la ocasión y cuando apareció en mitad del pára-

La oposición avistó la pieza, la vio a tiro, pero a pesar de disparar con bala no se cobró el trofeo

mo sin una arruga y todavía con alguna etiqueta colgando produjo las risas de más de uno e incluso el comentario irónico de Franco. Esto no lo cuenta Fraga en sus memorias, sino un empresario catalán que participó en la jornada de caza. “Aquel día tuve la desgracia de darle un plomazo en salva sea la parte a la marquesa de Villaverde. Una perdiz baja, que pasó entre los dos, dio lugar al monumental error”, cuenta en el libro el entonces ministro de Informació­n y Turismo. El empresario en cuestión me explicó que él personalme­nte atendió a la hija del general, taponando la herida hasta que llegó el médico. Franco no llegó a saber exactament­e qué pasaba, aunque vio mucho movimiento inusual. La marquesa no hace tanto le comentó por lo bajo al industrial catalán: “Tú y mi marido sois los únicos que me habéis visto el culo en esta vida”.

Rajoy se ajustó a un guión muy estricto. Dijo que con Bárcenas se había equivocado, que creyó en su inocencia hasta que apareciero­n las cuentas en Suiza y que les debía una explicació­n a los ciudadanos. Y defendió su honorabili­dad y descartó dimitir, porque aseguró saber lo que necesita el país. Rubalcaba, que no quiso utilizar la moción de censura que le hubiera permitido emerger como alternativ­a, estuvo contundent­e sin atar en corto al presidente. Así que la sensación es que de la cacería salió como la marquesa de Villaverde: con un tiro en la nalga. Y Rajoy se escapó de situación tan comprometi­da como la perdiz a la que Fraga nunca llegó a rozar en Santa Cruz de Mudela.

Hay un refrán entre los aficionado­s a la cinegética que dice que “a veces, quien caza no amenaza.” A Rajoy se le podrá criticar que no se saliera de los papeles que había preparado su equipo, a Rubalcaba por haber acosado al presidente sin conseguir capturarlo.

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