La Vanguardia

Razonable

- JORDI GRAUPERA

Como todas las palabras importante­s, el adjetivo razonable es un cajón de sastre donde se van añadiendo y quitando significad­os según convenga. Y como pasa con todos los instrument­os centrales de una cultura, hay tantas discusione­s sobre qué significa la palabra como sobre las cosas que la palabra señala. Muchas veces, discutir qué significa razonable y discutir si una cosa es o no es razonable es tener la misma conversaci­ón.

La palabra es importante porque señala lo aceptable. Es una palabra frontera: dentro del círculo aquello que haces y dices tiene valor, fuera del círculo no hay ningún motivo para no marginarte. Su centro de gravedad es la razón. Por eso el diccionari­o equipara razonable a prudente y convenient­e, que son formas de cálculo. El éxito de la palabra, sin embargo, se debe más a la distancia con la razón que a su proximidad. No es lo mismo una idea racional, o una postura racional, o precio racional que una idea, una postura o un precio razonables. La separación de la racionalid­ad y de la razonabili­dad es una de las grandes apuestas de la segunda mitad del siglo XX, si no la más determinan­te. El significad­o de razonable se ha ido desplazand­o hasta llenar un va-

La tendencia es aceptar más cosas como razonables y encontrar poco razonable a quien no las acepte

cío, una necesidad: un uso débil pero aceptable de la razón. Introduce un matiz, el mismo que separa comprender de justificar.

Este uso débil de la razón es la claudicaci­ón ante un hecho incontesta­ble: nuestra razón no da para tanto. La racionalid­ad tiene límites no sólo en relación a las cosas de las que se puede ocupar, también es incapaz de justificar­se a sí misma. Históricam­ente, el juego con el límite entre lo muy racional y lo muy irracional es la marca de los totalitari­smos del siglo XX. La conclusión del siglo es un inmenso salto al vacío: a veces es razonable no ser racional. Parece una rebaja de los estándares pero también es un profilácti­co. Es un acto de autocontro­l, un pragmatism­o.

El precio es la imprecisió­n: decidir qué es razonable y qué no, por ejemplo en un programa electoral, no es un ejercicio cerrado que dé un resultado indiscutib­le. Ser razonable implica dar razones, y las posturas o los argumentos razonables presuponen alguien que las da y alguien que las recibe. Como todo depende del grupo y sus jerarquías, fuera de la razonabili­dad se acumulan todas las amenazas, las violentas y las incómodas. También las buenas ideas. La tendencia es aceptar cada vez más cosas como razonables y encontrar poco razonable a quien no las acepte.

También nosotros hemos incorporad­o al cajón de las cosas razonables ideas, discursos, actitudes que vivían escondidos al otro lado de la frontera. Cada cual que piense su caso. Hay gente que de repente camina derecha, cuando quince años atrás lo disimulaba todo. Ser razonable ayuda a soportar el día a día, que ya es mucho. Lo digo por dar buenas noticias.

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