Una catalana de París
Astrid Bergès-Frisbey: verano de cine en las pantallas parisinas y relax en Barcelona
Para los parisinos, es la protagonista incierta –25 años: ni adolescente ni adulta– de Juliette, opera prima de Pierre Godeau y su primer protagónico en Francia. Para los barceloneses, Astrid Bergès-Frisbey es, cada verano, la muchacha que apura su paella en el Envalira de la plaza del Sol, en Gràcia, o, los pies en la arena, en El Xiringuito Escribà, en la playa del Bogatell.
Nacida en Barcelona, de madre francoamericana y padre catalán, divorciados, desde los cinco años vive con su madre en Francia. El punto de inflexión de Juliette es la muerte del padre. El de la vida de Astrid, también: tiene 17 años y decide ser actriz.
Un papel importante con Daniel Auteil le vale la nominación como mejor esperanza femenina de los César –los Goya franceses– del 2012. Y su participación junto a Johnny Depp en el cuarto episodio de Piratas del Caribe le da visibilidad internacional.
Pero en lugar de aceptar las pro- posiciones de papeles y publicidades, se sentó a esperar. “Me gusta participar en una aventura; defender un punto de vista. Rodar por rodar me haría desgraciada”.
Así llegó Juliette. “Más que una relación actriz-realizador –dice Goudeau– en Astrid hallé una colaboradora; participaba en la búsqueda de escenarios; la selección de vestuario”.
Según el semanario L’Express, “para interpretar esa frágil partitura hacía falta una joven actriz motivada y motivadora. Astrid Bergès-Frisbey convence desde la primera hasta la última escena en la piel de esa muchacha enfadada con el mundo y sobre todo consigo misma”. El matutino Li
bération, que le dedica su contraportada y explica que es fácil imaginarla con una tirita en la rodilla tras una caída de la bici, por su aire de criatura, por sus gestos, la manera de hablar, la silueta menuda, el desorden de los cabellos, el rostro sin un gra- mo de maquillaje, subraya “esa mirada impregnada de melancolía que os clava en los ojos, como para sondearos”. Y Libération, que habla de una “sensibilidad de izquierdas” y “fuertes convicciones ecologistas”, anticipa su próximo filme, norteamericano, independiente, dirigido por Mike Cahill.
Tampoco tuvo que renunciar a su naturalidad para convertirse en icono de moda. La prueba, hoy mismo: cubierta y ¡17 páginas! del semanario Madame Figa
ro, fotografiada en Disney Paris y estudios Walt Disney, vestida por Gaultier, Dior, Iris Van Harpen, Alexandre Vauthier, Arma- ni, Chanel –que la convirtió en musa de la marca–, Versace, Margiela, Valentino...
“La joven actriz francoespañola que asombra en Juliette –la presentan– fue elegida por Mada
me Figaro para sublimar la alta costura del invierno 2013-2014: secuencia gran espectáculo”.
La recepción de este Juliette –en el que todo el metraje lleva su rostro– lo vive Astrid desde Barcelona, su ritual de cada verano, cuando se instala en casa de algún pariente para recorrer esa ciudad que conoce “como la palma de mi mano y seguramente mejor que París”.
Otro ritual: “en lugar de un ca- fé, por la mañana, en alguna terraza, tortilla y Coca-Cola, con los periódicos”. Y por la noche, cañas con los amigos.
Al semanario Elle, que le ha dedicado ya numerosos artículos por sus posadas con ropa Chanel, Astrid explicó que Barcelona era “una especie de referencia vital” para ella. Sobre todo tras la muerte de su padre.
Una ciudad por la que se pasea “en vaqueros y bambas o también con un vestidito Chanel, ventajas de tener una madre vendedora en la Avenue Montaigne (la de las grandes marcas de alta costura). Me encanta perderme en las callejuelas del barrio Gòtic, redescubrir el Macba, ir al cine – Soy Cuba, la película sobre la revolución cubana, me trastornó– o coger tranvía más bus y al Tibidabo, por esas vistas, de cine, que te cortan la respiración”.
Astrid Bergès-Frisbey no ignora la crisis. Pero reivindica su generación, en España y en Francia, “que lucha, inventa y trabaja”. De Gràcia, “el barrio que llevo en el corazón”, recomienda a los franceses las fiestas, en agosto. Y sus bares de tapas. En general, Barcelona, “una de las raras ciudades con la que sus habitantes se identifican”.
Eso sí, mitad francesa, cree que la aceituna del Martini es “un toque barcelonés” a la bebida.