Rigola divide Venecia con su nuevo Bolaño
‘El policía de las ratas’ abrió ayer con opiniones enfrentadas la segunda Bienal de Teatro de Venecia que dirige el director catalán
Declan Donnellan, el director de la siempre deseada compañía británica Cheek by Jowl, cuenta que cumple años el domingo y que además de que ninguno de los presentes puede faltar a su obra – Ubu Roi, representada nada menos que en La Fenice– habrá gran fiesta. “Cumplo 30”, sonríe divertido el veterano creador. Treinta, sesenta... todo son números redondos. Más allá está su inseparable compañero Nick Ormerod. Y cerca aparece... Iván Morales, el joven actor y director de teatro barcelonés que acaba de triunfar en el festival Grec con Jo
mai. “Pero, ¿qué haces aquí?”. “He venido a participar en el taller de dramaturgia de Wajdi Mouawad (el creador de obras como Incendios o Litoral). Es un tío fantástico, no he parado de tomar notas”, comenta. Y las enseña. “Es capaz de cuestionarse su propio trabajo, hablamos de la evolución que está haciendo ahora”, cuenta emocionado Morales. Por cierto que Mouawad ha venido con toda su familia a pasar estos días de talleres y obras en Venecia. Y, no mucho más lejos, está otro de los grandes nombres del teatro actual, Romeo Castellucci, director de obras como Purgatorio, que está radiante tras haber recogido el mayor premio del encuentro que comenzó ayer en Venecia, el León de Oro, y de que el que se lo entregaba, Paolo Baratta, una gran voz de la sociedad civil italiana, le dijera: “Te lo debíamos, era una deuda que tenía Italia, porque mientras en Europa se te reconocía como uno de los más grandes creadores de teatro, aquí incluso algunos te veían como fastidioso. En nombre de Italia, gracias, Castellucci”.
Donnellan, Mouawad, Castellucci... los grandes nombres del teatro mundial comenzaron a reunirse desde ayer en la segunda edición de la Bienal de Teatro de Venecia que dirige el catalán Àlex Rigola, una Bienal por la que también pasarán Thomas Ostermeier, Krystian Lupa, Claudio Tolcachir, Jan Lauwers, Guy Cassiers y la española Angélica Liddell, que ayer recibió el León de Plata del certamen en la ceremonia que dio el disparo de salida. Una ceremonia celebrada en el edificio de Ca’Giustinian, al lado de San Marcos, frente a La Salute, en la que no sólo había personalidades teatrales y políticas: Rigola ha hecho de nuevo que esta Bienal sea un gran laboratorio, una gran universidad en la que to- dos los creadores mencionados impartirán estos días, y hasta el domingo 11, talleres de todo tipo de los que saldrán obras que se representarán el último día en la ciudad. Talleres a los que se han matriculado 350 personas procedentes de medio mundo, las aceptadas entre las 1.600 solicitudes recibidas para compartir unos días con los maestros, y para que los maestros también reciban ideas de las generaciones que suben.
Por la Bienal de Teatro van a pasar muchas obras estos días, desde Un enemigo del pueblo del alemán Ostermeier hasta Sunken Red de Guy Cassiers, El año de Ri- cardo de Angélica Liddell o el Ubu Roi de Donnellan, que irá a Madrid pero por ahora no a Barcelona. “Ya me han dicho que los teatros de Barcelona no tienen dinero”, cuenta. Pues desde luego no le han informado mal.
Pero, eso sí, la apertura del festival tuvo lugar ayer con un recital de Ute Lemper, que cantó a Brecht y Weill en La Fenice, y, sobre todo, con el nuevo y esperado espectáculo de Àlex Rigola: El policía de las ratas. Una obra más que esperada, porque sin duda en la memoria de todos está la poderosa adaptación que Rigola realizó hace unos años de la novela 2666 del ya desaparecido escritor chileno Roberto Bolaño. Y El policía de las ratas es otro relato de Bolaño, parte del libro El gaucho insufrible. Así que la suma de Rigola y Bolaño prometía mucho, aunque ya se sabía que en este caso, y tal y como están los tiempos, se trataba de una producción con sólo dos actores –pero qué actores, Joan Carreras y Andreu Benito– y de 60 minutos. Nada de cinco inolvidables horas como en 2666. El resultado, empero, fue una rotunda división de opiniones. Desde los que salían encantados, literalmente, hasta los que no les había gustado nada. Desde los que como Declan Donnellan opinaban que Rigola había realizado una puesta en escena muy elegante, al crítico italiano al que la pieza le pareció básicamente una lectura dramatizada. Con texto de Bolaño, eso sí.
Los espectadores del Teatre Lliure tendrán la oportunidad de formarse su propia opinión esta temporada –desde el 31 de octubre hasta el 24 de noviembre estará en la sede de Gràcia del teatro–, pero por lo pronto ayer aquí se pudo ver a un Benito y un Carreras sentados en sendas sillas negras con micrófonos y con una bolsa de sangre colgada a un lado y una rata de tamaño humano al
otro. Dos actores que confiaron todo su poder escénico al texto de Bolaño, a esta suerte de thriller en el que van asesinando ratas en las alcantarillas y un detective de su mismo género trata de descubrir qué está sucediendo, aunque ninguno de sus congéneres parece interesado en ello, sólo en el trabajo diario. “El arte y la contemplación de la obra de arte es algo que no podemos permitirnos”, como le dicen al detective Carreras. También le espeta Benito que “ya bastante complicada es la vida real para encima añadir elementos irreales que sólo pueden terminar dislocándola”. El arte, la creación, son superfluos en esa sociedad de ratas oscuras y malheridas en el que el único que se atreve a ir más allá de los límites impuestos es el detective. El artista. Y Rigola, cuenta, ha querido reivindicar con esta obra el papel del creador y de las creaciones que no buscan sólo contentar al público y confirmarle en lo que ya sabía, enfrentándole a cambio a palabras crudas y una puesta en escena esencial que, eso sí, algunos hubieran preferido más adornada.