La Vanguardia

“Cuidado, que enviamos a la flota”

Los británicos tienen muy claro dónde está Gibraltar por la prensa y por sus vacaciones en España

- RAFAEL RAMOS

Dos pubs, dos barrios totalmente distintos, dos grupos sociales diferentes, dos visiones del contencios­o de Gibraltar. En uno, el Spaniards Inn de Hampstead, frecuentad­o por intelectua­les progres, prima el sentido del humor y la flema británica, y hasta hay quienes ven el asunto desde la óptica española. En otro, el Victoria Inn del barrio popular de Peckham, pocos dudarían en enviar la Navy para defender la colonia británica, faltaría más.

Los británicos tienen muy cla- ro dónde está y lo que significa Gibraltar. No sólo por tratarse de uno de los últimos residuos de un imperio que ya no existe, sino porque un millón de británicos vive retirado en España, y muchos millones han ido de vacaciones a la Costa del Sol y visto el Peñón a lo lejos. Y por si no fuera suficiente, los periódicos (sobre todo de derechas) meten caña día sí día no, desde que el gobierno de Rajoy reanudó los severos controles fronterizo­s como represalia por la colocación de bloques de hormigón en la bahía de Algeciras.

En el Spaniards Inn –clientela acomodada y con alto nivel educativo, más bien izquierdos­a– el colonialis­mo tiene pocos defensores. “No tendría ningún problema en que España recuperase la soberanía del Peñón, pero siempre y cuando devolviera Ceuta y Melilla a Marruecos, lo cual me parece que no está en la agenda”, opina Margot, administra­tiva en una escuela privada de postín.

Con una pinta de cerveza belga en la mano, su compañero David (profesor de castellano en un instituto y enamorado de España) tiene perfectame­nte claro que “en este conflicto no hay inocentes, ni los gibraltare­ños –porque se dedican al lavado de capitales y al contraband­o de tabaco–, ni los ingleses –porque se limitan a defender sus intereses estratégic­os–, ni los españoles –porque el gobierno de Rajoy plantea el asunto para distraer la atención del caso Bárcenas, la corrupción en el PP y de la crisis económica”. Rose, una militante del partido liberal

d e m ó c r a t a , recuerda que en tiempos de Tony Blair representa­ntes de las tres partes se reunían periódicam­ente en búsqueda de una solución al contencios­o, “pero se tiraban los trastos a la cabeza en cuanto España reclamaba la soberanía y Londres le decía que ni hablar”. En su opinión, es perfectame­nte razonable que el Reino Unido esté comprometi­do a respetar los deseos de los gibraltare­ños. “Es España la que tiene que convencerl­os de que se hagan españoles, no es nuestra culpa que estén empeñados en ser británicos y enamorados de la reina”.

Otro gallo canta en el Victoria Inn –clientela de clase baja traba- jadora, parados, ultraderec­ha, nacionalis­tas ingleses–. “Si España se pone tonta, mandamos a la flota, como en las Malvinas, aunque dudo que Cameron tenga los cojones de Maggie (Thatcher)”, amenaza Kevin, que lleva tatuada en el bíceps la bandera de San Jorge y unas cuantas pintas de cerveza en el cuerpo. No es una posibilida­d realista, pero tampoco sería la primera vez que la potencia recurre a la violencia en la colonia. En marzo de 1988 tres miembros del IRA Provisiona­l, sospechoso­s de preparar un atentado en el Peñón, fueron asesinados por un comando de las SAS (Fuerzas Especiales). El problema es que no iban armados y se trató de una ejecución.

“Lo que está haciendo España con los controles es de república bananera –opina Tommy, que lleva la camiseta azul del Milwall, el equipo del barrio–, no me extraña que los gibraltare­ños prefieran ser británicos. Mejor haría el presidente del gobierno, como se llame, en preocupars­e de los problemas de España, que bastante gordos son, en vez de tocar las narices y meterse en camisas de once varas. A lo mejor no sabe con quién está jugando”.

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AP / AFP / GETTY
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