“Cuidado, que enviamos a la flota”
Los británicos tienen muy claro dónde está Gibraltar por la prensa y por sus vacaciones en España
Dos pubs, dos barrios totalmente distintos, dos grupos sociales diferentes, dos visiones del contencioso de Gibraltar. En uno, el Spaniards Inn de Hampstead, frecuentado por intelectuales progres, prima el sentido del humor y la flema británica, y hasta hay quienes ven el asunto desde la óptica española. En otro, el Victoria Inn del barrio popular de Peckham, pocos dudarían en enviar la Navy para defender la colonia británica, faltaría más.
Los británicos tienen muy cla- ro dónde está y lo que significa Gibraltar. No sólo por tratarse de uno de los últimos residuos de un imperio que ya no existe, sino porque un millón de británicos vive retirado en España, y muchos millones han ido de vacaciones a la Costa del Sol y visto el Peñón a lo lejos. Y por si no fuera suficiente, los periódicos (sobre todo de derechas) meten caña día sí día no, desde que el gobierno de Rajoy reanudó los severos controles fronterizos como represalia por la colocación de bloques de hormigón en la bahía de Algeciras.
En el Spaniards Inn –clientela acomodada y con alto nivel educativo, más bien izquierdosa– el colonialismo tiene pocos defensores. “No tendría ningún problema en que España recuperase la soberanía del Peñón, pero siempre y cuando devolviera Ceuta y Melilla a Marruecos, lo cual me parece que no está en la agenda”, opina Margot, administrativa en una escuela privada de postín.
Con una pinta de cerveza belga en la mano, su compañero David (profesor de castellano en un instituto y enamorado de España) tiene perfectamente claro que “en este conflicto no hay inocentes, ni los gibraltareños –porque se dedican al lavado de capitales y al contrabando de tabaco–, ni los ingleses –porque se limitan a defender sus intereses estratégicos–, ni los españoles –porque el gobierno de Rajoy plantea el asunto para distraer la atención del caso Bárcenas, la corrupción en el PP y de la crisis económica”. Rose, una militante del partido liberal
d e m ó c r a t a , recuerda que en tiempos de Tony Blair representantes de las tres partes se reunían periódicamente en búsqueda de una solución al contencioso, “pero se tiraban los trastos a la cabeza en cuanto España reclamaba la soberanía y Londres le decía que ni hablar”. En su opinión, es perfectamente razonable que el Reino Unido esté comprometido a respetar los deseos de los gibraltareños. “Es España la que tiene que convencerlos de que se hagan españoles, no es nuestra culpa que estén empeñados en ser británicos y enamorados de la reina”.
Otro gallo canta en el Victoria Inn –clientela de clase baja traba- jadora, parados, ultraderecha, nacionalistas ingleses–. “Si España se pone tonta, mandamos a la flota, como en las Malvinas, aunque dudo que Cameron tenga los cojones de Maggie (Thatcher)”, amenaza Kevin, que lleva tatuada en el bíceps la bandera de San Jorge y unas cuantas pintas de cerveza en el cuerpo. No es una posibilidad realista, pero tampoco sería la primera vez que la potencia recurre a la violencia en la colonia. En marzo de 1988 tres miembros del IRA Provisional, sospechosos de preparar un atentado en el Peñón, fueron asesinados por un comando de las SAS (Fuerzas Especiales). El problema es que no iban armados y se trató de una ejecución.
“Lo que está haciendo España con los controles es de república bananera –opina Tommy, que lleva la camiseta azul del Milwall, el equipo del barrio–, no me extraña que los gibraltareños prefieran ser británicos. Mejor haría el presidente del gobierno, como se llame, en preocuparse de los problemas de España, que bastante gordos son, en vez de tocar las narices y meterse en camisas de once varas. A lo mejor no sabe con quién está jugando”.