Jenkins, diva de Gales
La cantante rubia con aspecto de actriz busca con exceso el protagonismo
LLo mismo actúa en el jubileo de la reina Isabel que canta el himno galés en los partidos de rugby
a mezzosoprano galesa Katherine Jenkins entronca con la tradición de las grandes divas de la ópera, con Maria Callas, Montserrat Caballé, Renata Tebaldi o Kiri Te Kanawa. O de las contemporáneas Angela Gheorghiou o Anna Netrebko. Tiene grandes admiradores y grandes detractores. Inspira pasión y desprecio a partes iguales.
Nadie cuestiona su agradable voz, y mucho menos su belleza rubia. El problema, dicen quienes la critican, es que se comporta como una diva sin tener derecho a ello. No hace de Mimi, ni de Madama Butterfly, ni de Lucia di Lamer- moor. Su género no es propiamente la ópera, sino un cruce entre la música clásica y el pop que la ha hecho muy popular, con la ayuda de un fabuloso equipo de relaciones públicas.
Jenkins necesita estar siempre en el candelero, fresca como una rosa. Busca la noticia y el protagonismo, lo cual no es para todos los gustos, y menos en Gran Bretaña (quizás por ello resulta más querida en Estados Unidos). Ha corri- do la maratón de Londres con zapatillas de diseño, gafas de sol, pendientes de diamantes en las orejas y los labios pintados, para delicia de la prensa londinense. “Lo único sorprendente es que no lo hiciera marcha atrás y cantando algún aria”, escribió un periodista.
Más que publicidad, a veces incluso parecería que busca el escándalo, como cuando ha desmentido en su página Twitter romances inexistentes con David Beckham y el rapero Jay Z, que le han servido para ser el centro de atención pero han provocada la ira de la Spice Girl Victoria Adams y la cantante Beyoncé, las mujeres de los interesados.
A Jenkins no le duelen prendas en admitir que es parte del juego de la fama. Piensa que hace lo que tiene que hacer, y punto. No se arrepiente de nada. Sonríe todo el tiempo, quizás no haya nadie en el mundo que sonría tanto como ella. Considera las críticas un poco exageradas, pero mejor que se hable de su persona –aunque no sea del todo bien– que ser ignorada.
Últimamente Catalina de Gales es omnipresente. Aparece en los periódicos y en la televisión, va de gira, participa en concursos de baile, canta el himno nacional de su país en los partidos de rugby, o el Dios salve la reina si hace falta. Lo mismo actúa para las tropas norteamericanas y británicas en Afganistán que en ceremonias de entrega de premios o celebraciones de la casa real como el jubileo de diamante de la reina Isabel, y se rumorea que será una de las artistas invitadas al espectáculo de la próxima edición de la Super Bowl. Con su aspecto de actriz causa furor en Estados Unidos, donde quedó segunda en la versión norteamericana del concurso Ven a bailar.
Ella dice que la relación con Warner International sencillamente llegó a su término con la publicación de tres álbumes, pero el rumor es que la casa discográfica la plantó, harta de pagar facturas de casi 2.000 euros diarios de peluquería y manicura. “Es guapa –ha comentado un crítico–, pero pagando ese dinero hasta mi abuela lo sería”. Al parecer anda a la búsqueda de un nuevo contrato con quien esté dispuesto a apostar por sus extravagancias, algo que la diva ni confirma ni desmiente. Eso sí, con una sonrisa de oreja a oreja.
En cualquier caso, Katherine ha recorrido un largo trecho desde sus humildes orígenes en los deprimidos valles mineros galeses, donde hay pueblos enteros que no tienen ni una tienda y nadie ha ido a la universidad, el autobús pasa una vez al día y una de cada seis personas toma medicamentos contra la depresión. La muerte de su padre, víctima de un cáncer de pulmón cuando la cantante tenía 15, le produjo tanto impacto y tanta tristeza que tuvo que recibir ayuda psicológica. Le demostró que la vida es un suspiro, hay que disfrutar lo más posible y no dejar nada para más adelante. Ni siquiera comportarse como una diva.
Rubia, guapa, impaciente, coqueta, ambiciosa, polivalente, sexy... Katherine es muchas cosas y no deja a nadie indiferente.