Jean-claude Juncker
El decano de los líderes europeos vuelve a ganar las elecciones a pesar de que Luxemburgo empieza a notar la crisis
‘PREMIER’ DE LUXEMBURGO
A Juncker (58) muchos lo dieron por muerto políticamente en julio a raíz de un escándalo de espionaje. El domingo, sin embargo, volvió a ganar en las urnas. La prosperidad de su país lo mantiene en el poder desde 1995.
Jean-Claude Juncker, el decano absoluto de los líderes europeos, entró este fin de semana en el selecto club de dirigentes reelegidos en Europa en plena crisis económica a pesar de que sus efectos empiezan a notarse en el próspero Gran Ducado de Luxemburgo, el país más rico del mundo.
Los rumores de su muerte política cuando en julio presentó su dimisión, acorralado en el Parlamento por un escándalo de espionaje, eran claramente exagerados. La lista democristiana liderada por Juncker, uno de los políticos europeos más carismáticos de los últimos lustros, ha sido la más votada en las elecciones del domingo y todo indica que volverá a dirigir la próximo coalición de gobierno.
Juncker, a punto de cumplir 59 años, sigue siendo una personalidad inmensamente popular entre sus compatriotas. Les encanta oírle decir que en la UE sólo hay dos grandes países, el Gran Ducado de Luxemburgo y Gran Bretaña. Pero su figura, y su socarrón humor, trasciende las fronteras del pequeño país (400.000 habitantes).
Juncker lleva casi 30 años en el Gobierno de Luxemburgo, y otros tantos asistiendo a reuniones europeas. La UE lo conoció primero como ministro de Empleo, luego de Finanzas y desde 1995 como primer ministro. Durante los últimos ocho años, además, ha compaginado la jefatura del Gobierno con el cargo de presidente del Eurogrupo, cargo que dejó en enero.
Es, y parece que seguirá siendo, el miembro más veterano de los jefes de Estado y de Gobierno de la UE, una de las pocas caras que no ha cambiado desde que empezó la crisis y la única que ha estado presente tanto en la creación del euro como en las decisiones que han evitado su implosión.
El ADN luxemburgués, como el belga, parece especialmente propicio para la política europea. En parte, por su tradición política de consenso, negociación y pactos. En parte, por su capacidad, fruto de la geopolítica, para entender Europa desde una perspectiva alemana y francesa a la vez. Europeísta radical, ha sido uno de los miembros más respetados del PP Europeo, aunque su mala relación con Angela Merkel –y, antes, con Nicolas Sarkozy– a raíz de la gestión de la crisis del euro redujeron su influencia.
“Los luxemburgueses hemos sido siempre víctimas de los conflictos alemanes y franceses, siempre hemos visto cómo Alemania y Francia no tenían mejor territorio donde en- frentarse que el pequeño Luxemburgo...”, recordó Juncker en su discurso de aceptación del premio Carlomagno, para resaltar que saben “lo que significa la ausencia de Europa”.
Pero en la campaña electoral Juncker ha tenido que ocuparse de asuntos más pedestres, como la reforma del sistema educativo, las pensiones o la vivienda. La próxima coalición de gobierno tiene ante sí una mezcla de problemas propios tanto del norte de Europa como del sur, por extraño que parezca en un país con el PIB por habitante más alto del mundo (112.000 euros anuales), donde el salario mínimo son 1.931 euros mensuales brutos pero se necesitan al me- nos 1.621 para no vivir en situación de pobreza.
La crisis y los cambios en la regulación financiera internacional empiezan a afectarle. La economía ha estado en recesión y la desigualdad social va en aumento. El paro no deja de crecer y ha alcanzado el 7%, una tasa que se eleva al 18% en el caso de los jóvenes, un dato preocupante para el país aunque envidiable en otras latitudes.
Las perspectivas no son muy positivas para Luxemburgo, que ha basado su bonanza en las finanzas y la opacidad fiscal. Cerca de 150 bancos internacionales tienen sede en el Ducado, pero la progresiva desaparición del secreto bancario –a la que Juncker accedió a regañadientes– ponen en peligro su modelo económico. Además, la reforma del IVA digital pondrá en peligro gran parte de sus ingresos fiscales. Compañías como Amazon o Skype dejarán de tener alicientes para operar desde allí y soportar un IVA de sólo el 15%, pues en adelante se aplicará el del país de origen del comprador, no del vendedor.
Los líderes del Consejo Europeo “sabemos lo que hay que hacer, pero después de hacerlo no sabemos cómo ser reelegidos”, exageró Juncker hace unos años para ilustrar el desgaste político y la agitación social que ha supuesto la crisis del euro. Juncker –con menos fuelle pero reelegido al fin y al cabo– puede presumir de que ha roto la maldición. Sus rivales, en cambio, le reprochan que no haya hecho lo necesario para afrontar los problemas del país ahora que los dioses, léase las finanzas,
dejan de sonreírle.