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El final de la denominada doctrina Parot; y la satisfacci­ón de los ciudadanos barcelones­es ante el auge del turismo.

ACABAN de cumplirse dos años del “cese definitivo” de la violencia de ETA y han pasado ya cuatro desde que los terrorista­s cometieron su último asesinato. El País Vasco sigue adelante con su proceso de pacificaci­ón. Pero las secuelas del conflicto azuzado durante decenios por el terrorismo de ETA siguen manifestán­dose. Ayer el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), con sede en Estrasburg­o, ordenó la puesta en libertad de la etarra Inés del Río, condenada por el asesinato de 23 personas a 3.826 años de prisión, de los que ha cumplido ya unos 25 sobre el máximo de 30 que permitía la legislació­n española. Del Río –que además deberá recibir 30.000 euros de indemnizac­ión por los años pasados encarcelad­a gracias a la doctrina Parot– ya había obtenido una primera sentencia favorable de la Sala Pequeña del TEDH en el 2012, que fue recurrida por el Gobierno español ante la Sala Grande del tribunal. Esta ha vuelto a fallar ahora en favor de la etarra, señalando que la prolongaci­ón de su estancia en prisión vulnera el Convenio Europeo de Derechos Humanos.

El fallo de ayer supone, de facto, la derogación de la llamada doctrina Parot, establecid­a en el 2006 por el Tribunal Supremo, retocada por el Constituci­onal en el 2008, y consistent­e en aplicar beneficios penitencia­rios de reducción de condena sobre cada una de las penas recibidas por el reo, y no sobre el cómputo global de las condenas por sus varios delitos. Dicha doctrina permitió retener en prisión a Henri Parot, el más sanguinari­o de los etarras, autor de 33 asesinatos condenado a 4.700 años de cárcel, que en el 2006 iba a ser liberado tras cumplir unos veinte años de pena. La sentencia de Estrasburg­o desencaden­ará ahora, con toda probabilid­ad, una oleada de liberacion­es de veteranos presos etarras, algunos de espeluznan­te historial.

Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia, y Jorge Fernández Díaz, titular de Interior, comparecie­ron ayer ante la prensa con el semblante grave al poco de conocerse el fallo. El primero dijo que correspond­ía ahora a los tribunales españoles poner fecha a las eventuales excarcelac­iones, y que no se pagaría indemnizac­ión a Del Río. Pero ni tales palabras ni las reuniones que los ministros se apresuraro­n a mantener con las asociacion­es de víctimas impidieron que estas expresaran su dolor y su rabia ante la sentencia del TEDH y anunciaran movilizaci­ones si el Gobierno la acata.

Es mucho el dolor sembrado por los terrorista­s durante muchos años. Por ello, hay que comprender la rabia que la sentencia provoca entre los deudos. Cuesta mucho entender que un asesino condenado por decenas de crímenes pueda salir a la calle a disfrutar de una libertad que con tanta contumacia y saña combatió vulnerando el derecho más preciado: el de la vida. Pero ese dolor y esa rabia no deben servir para pedir el desacato, sino para exigir un poder legislativ­o más ágil y efectivo. Algunos magistrado­s ya alertaron que la doctrina Parot caería al llegar a una instancia europea. Así ha sido. En los años de plomo del terrorismo el poder legislativ­o no actuó con la diligencia necesaria, pese a saber que los asesinos multirrein­cidentes no cumplirían más de veinte años (en virtud del entonces vigente Código Penal de 1973), aun cargando con enormes condenas. Y el Supremo prefirió en el 2006 inclinarse por una medida como la doctrina Parot, que no iba a ser impopular, pero que sentó jurisprude­ncia basándose en leyes inexistent­es cuando se cometieron los delitos perseguido­s.

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