Nuevo atentado contra una iglesia copta en El Cairo
Motoristas encapuchados matan a cuatro personas en una boda
“Si queréis conmover a la gente, si buscáis el punto sensible de Egipto –escribió Naguib Mahfuz–, no hay nada mejor que tocar la religión”.
Miriam era la niña copta de ocho años que, con otras tres personas que asistían al atardecer del domingo a un boda de una iglesia de Al Uarraq, en el populoso barrio cairota de Imbaba, murió al ser atacada por motoristas encapuchados que dispararon a ciegas dándose a la fuga.
Esta nueva agresión a la comunidad copta, arraigada desde hace siglos en Egipto antes de su conquista por el islam, ha provocado que la Asociación de Jóvenes Coptos de Maspero convocaran una protesta acusando al Gobierno provisional por su falta de protección desde que llevó a cabo su violenta represión contra los partidarios del depuesto presidente islamista Mohamed Morsi.
El primer ministro, Hazem el Beblaui, declaró que el ataque “no logrará sembrar divisiones entre los musulmanes y cristianos de esta nación”. Las habituales condenas oficiales de organizaciones políticas, como el partido salafista Al Nur, del gran jeque de Al Ahzar, o de la Gamaa Islamiya, no pueden apaciguar los ánimos de esta minoría cada vez más vulnerable.
Alrededor de cincuenta iglesias y un centenar de tiendas propiedad de coptos situadas sobre todo en el Alto Egipto han sido destruidas en estos ataques terroristas durante los enfrentamientos del verano. Los coptos están convencidos de que son víctimas de la venganza por la destitución del rais Morsi. Echan en cara al Gobierno que sus fuerzas policiales no protegen sus iglesias ni viviendas.
Cuando el general Abdul Fatah al Sisi dio su golpe de Estado el 3 de julio con apoyo de parte de la población, el papa Tauadros II estuvo presente en la posterior ceremonia de toma de posesión en la jefatura del Estado, considerada como la prueba de su connivencia con el mando militar. El papa copto ascendió al trono de su sede de San Marcos cuando era presidente Morsi, se debatía la nueva constitución de marcado acento islamista –después abrogada– y crecía la vulnerabilidad de la minoría copta después de las efímeras manifestaciones de solidaridad con la cofradía de los Hermanos Musulmanes en la plaza Tahrir. Su antecesor, el papa Shenuda III, mantuvo buenas relaciones con Mubarak y abogaba por la prudencia respecto a las organizaciones extremistas islá- micas hasta que exacerbaron su violencia en aquella cruenta Navidad del 2010 en una iglesia de Alejandría. En octubre del 2011 hubo otra matanza, con el asesinato de 25 coptos en el centro de El Cairo y el incendio de iglesias.
Christian Boghor, en su Diario de un viejo copto ha narrado, heredero de la larga historia del Egipto faraónico, el exilio y la amargura del efímero retorno a un país “donde la más leve discrepancia puede convertirse en un enfrentamiento confesional”.