De Foment a Pedralbes
Un conseller en viaje oficial hacia las Terres de l’Ebre tuvo que pararse en la autopista el otro día para comprarse una botella de agua. Nada de particular si no fuese porque el conductor le había informado que la botellita había sido eliminada en los viajes oficiales debido a los recortes. Catalunya, o sea, sus ciudadanos y sus empresas, han sido ninguneados en los presupuestos de Montoro-Olivares a la vez que se les exigen nuevos sacrificios; la ley Wert ha seguido adelante con el asedio a la lengua y la escuela catalana impasible el ademán y el Ministerio de Exteriores ha vetado al presidente de la Generalitat en una cumbre mediterránea en Barcelona como respuesta al desaire de Mas a la vicepresidenta Santamaría en la sede del Foment. Inquietante, como lo de la botellita del conseller. En otras circunstancias, el Gobierno español –aunque nada lo obligue– hubiese permitido al presidente de la Generalitat saludar a los asistentes al foro. Y no es la primera vez que se han producido choques protocolarios de este tipo. Pero entonces ningún presidente de la Generalitat planteó lo que plantea ahora Mas.
El Gobierno español pensó que el “suflé” independentista se desinflaría y se encontró con 1,6 millones de catalanes reviviendo la vía báltica. El Gobierno español pensó que el 12-O la “mayoría silenciosa” alzaría su voz contra la “dictablanda soberanista” y se encontró con que tal mayoría apenas daba para llenar la plaza Catalunya y una acera de El Corte Inglés. Y aquí se creyó que Madrid no tendría más remedio que plantear alguna alternativa dialogada o, cuando menos, abrir el abanico de los gestos con los instrumentos de siempre. Pero resultó que al silencio de Rajoy le siguió la partitura aznariana: “España aprieta y si hace falta ahoga”. El Gobierno del PP, y los defensores del statu quo, incluido Zapatero, también están en fase postautonómica, como CiU pero al revés.
¿Guerra de nervios? Puede. Pero si la política es la guerra continuada por otros medios, que dijo Foucault invirtiendo la famosa sentencia de Von Clausewitz, el soberanismo catalán también va a tener que acostumbrarse a la idea que el Estado está dispuesto a hacer lo que sea y ante quien sea con tal de ganar el pleito para siempre y mejor por 10 a 0.