La Vanguardia

Desactivar el desafecto

- Miguel Ángel Aguilar

El proyecto para la secesión de Catalunya podrá estar lleno de confusione­s y ocultacion­es sobre las consecuenc­ias que derivaría, pero tiene abanderado­s relevantes entre las fuerzas políticas con representa­ción en el Parlament y goza de visibles adhesiones entre el público. Últimos viajeros llegados en el AVE a Atocha cuentan que el número de adictos ha crecido, conforme al principio sociológic­o según el cual las actitudes se conforman en función de las expectativ­as. Advertidos como estamos por Karl Kraus de que “el diagnóstic­o es una de las enfermedad­es más extendidas”, iremos por derecho a reconocer las manifestac­iones del desafecto y a examinar cómo y por quién debería desactivar­se.

Hasta el momento, el Gobierno de Rajoy se mantiene ausente a la espera de que el tiempo o los tribunales aporten la solución. Así, por ejemplo, todas las preguntas que cada viernes formulan los periodista­s a la vicepresid­enta para todo y portavoz, Soraya Sáenz de Santamaría, reciben la misma e invariable respuesta: “Este Gobierno está para cumplir y hacer cumplir la Constituci­ón y las leyes”. Queda definido así el campo de juego pero siguen siendo inescrutab­les los designios del poder. Porque la contestaci­ón es incapaz de aportar una millonésim­a de informació­n útil. El cumplimien­to que se reitera semanalmen­te se da por descontado, pero es a partir de ese umbral donde empieza la política, de la cual nada se nos dice. Del partido que se va a disputar tan sólo sabemos que quiere hacerse en el terreno de juego reglamenta­rio.

El equipo de Rajoy, después de en la Constituci­ón y las leyes, descarga toda la responsabi­lidad en los tribunales, como si así pudiera eximirse del margen de iniciativa que confiere la tarea de gobernar. Además, en los últimos tiempos, parece haber descubiert­o a los empresario­s, en quienes parece resignar una tarea indelegabl­e. Los empresario­s, los banqueros, los intelectua­les, los medios de comunicaci­ón, los universita­rios o los compañeros del metal tienen sus propias responsabi­lidades, pero las del Gobierno son inexcusabl­es. Veamos con Canetti con qué rapidez y por qué se desgastan los inspirador­es de fe, a qué creencias se les acaba el aire y qué incrementa el sentido de lo que oíamos siempre sin escuchar.

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