Desactivar el desafecto
El proyecto para la secesión de Catalunya podrá estar lleno de confusiones y ocultaciones sobre las consecuencias que derivaría, pero tiene abanderados relevantes entre las fuerzas políticas con representación en el Parlament y goza de visibles adhesiones entre el público. Últimos viajeros llegados en el AVE a Atocha cuentan que el número de adictos ha crecido, conforme al principio sociológico según el cual las actitudes se conforman en función de las expectativas. Advertidos como estamos por Karl Kraus de que “el diagnóstico es una de las enfermedades más extendidas”, iremos por derecho a reconocer las manifestaciones del desafecto y a examinar cómo y por quién debería desactivarse.
Hasta el momento, el Gobierno de Rajoy se mantiene ausente a la espera de que el tiempo o los tribunales aporten la solución. Así, por ejemplo, todas las preguntas que cada viernes formulan los periodistas a la vicepresidenta para todo y portavoz, Soraya Sáenz de Santamaría, reciben la misma e invariable respuesta: “Este Gobierno está para cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes”. Queda definido así el campo de juego pero siguen siendo inescrutables los designios del poder. Porque la contestación es incapaz de aportar una millonésima de información útil. El cumplimiento que se reitera semanalmente se da por descontado, pero es a partir de ese umbral donde empieza la política, de la cual nada se nos dice. Del partido que se va a disputar tan sólo sabemos que quiere hacerse en el terreno de juego reglamentario.
El equipo de Rajoy, después de en la Constitución y las leyes, descarga toda la responsabilidad en los tribunales, como si así pudiera eximirse del margen de iniciativa que confiere la tarea de gobernar. Además, en los últimos tiempos, parece haber descubierto a los empresarios, en quienes parece resignar una tarea indelegable. Los empresarios, los banqueros, los intelectuales, los medios de comunicación, los universitarios o los compañeros del metal tienen sus propias responsabilidades, pero las del Gobierno son inexcusables. Veamos con Canetti con qué rapidez y por qué se desgastan los inspiradores de fe, a qué creencias se les acaba el aire y qué incrementa el sentido de lo que oíamos siempre sin escuchar.