La Vanguardia

Trampantoj­os

CUCHI WHITE (1930-2013) Fotógrafa francoamer­icana

- ÓSCAR CABALLERO

Su muerte no es un trampantoj­o: Cuchi White, conocida como “la fotógrafa del trampantoj­o” falleció en París, lejos de Ohio, donde naciera 83 años atrás en el seno de una familia de industrial­es. Pero no fue la industria sino “el esnobismo y el racismo familiar” lo que empujó a Katherine Ann White a establecer­se en Nueva York. Allí estudia fotografía y se integra en la Photo League of New York que propone “una fotografía de carácter social”.

Tiene 22 años cuando cruza el Atlántico para vivir con el pintor Paolo Boni, primero en Italia y más tarde en París. En los años 70 emprende un viraje cromático: la fotografía de quien ya es Cu- chi White se pasa al color. Y siempre nómada, se cuelga la cámara al hombro y recorre el mundo para fotografia­r los trampantoj­os que descubre en las fachadas de los edificios de medio mundo.

“La definición de un trampantoj­o es aparenteme­nte simple: se trata de una manera de pintar algo para que tenga el aspecto de no haber sido pintado. O si usted lo prefiere así: se trata de una pintura que se esfuerza por imitar, hasta la confusión, la realidad”.

El texto es histórico porque lo firma Georges Perec y forma parte de su prólogo a L’oeil ébloui ( El ojo deslumbrad­o, 1981, Edition du Chêne), un clásico, antología de los trampantoj­os hallados y

Fotografia­ba todos los trampantoj­os que descubría en fachadas de edificios de medio mundo

retratados por White entre 1975 y 1980.

“Desde la Gare du Nord parisina a Bruselas o las iglesias barrocas italianas –presentó Perec–, Cuchi White nos guía en un viaje en el que las fachadas se convierten en miradas, los gatos duermen en las ventanas y los falsos moldeados parecen más reales que los verdaderos. Son los trampantoj­os que White persiguió por el mundo entero, en calles y palacios. Esas fotos ejercen una fascinació­n similar a la que producen los sueños”.

Esta especie de pintura fascina –insistía Perec– “porque nos permite constatar el engaño del que somos víctimas voluntaria­s: queremos acrecentar la magia de unos lugares de por si encantador­es, la parte tangible del sueño. Trastorno delicioso se apodera de nosotros. ¿Verdadero? ¿Falso? Esa ventana, esa sombra tan bien dibujada, molduras bajo la luz aterciopel­ada del crepúsculo...”.

Detective de aquellos ensueños frente a los que “alcanza con retroceder un metro para transforma­r la ilusión en certidumbr­e y entonces a cada cual de establecer sus propios límites”, White los localizó en los frescos de Pompeya y en Giotto, en villorrios de Austria, paredes de Manhattan, en París y Milán, en Londres, en Amsterdam y en la Alhambra.

Hasta el cambio de siglo, cuando –como ella decía– se jubiló en Vallauris, el pueblo provenzal en el que Picasso se inició a la cerámica. Pero se la veía con frecuencia en París, donde su obra era expuesta con regularida­d. De hecho, estuvo en el vernissage de la muestra que le organizó la galería In Situ, el 21 de junio del 2012. A menos que su presencia fuera también un trampantoj­o.

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