La Vanguardia

Actuar por exceso

- Jordi Balló

No soy el único que debe pensar, porque he leído algunos comentario­s en las redes sociales, que la actuación de Claire Danes en esta nueva temporada de Homeland es demasiado histriónic­a, como si las desgracias y la incomprens­ión que sufre el personaje justificar­a una actitud excéntrica que hiciera que su mirada divagara, saliéndose constantem­ente de los bordes de la pantalla. No es este un fenómeno aislado en la nueva serialidad televisiva, porque afecta a muchos protagonis­tas de series distintas que se expresan con un carácter desbordant­e. Y quizás la causa peor de esta aceleració­n artificios­a de la expresivid­ad del cuerpo se deba a la mayor gloria que están teniendo los premios Emmy, que aspiran a emular a los Oscar. La gente de las series televisiva­s debe pensar que si ha penetrado en los más hondo de la crítica cultural que son tan o más buenas que las películas, ¿porqué sus actores y actrices no deben disfrutar del mismo aprecio de excelencia que los protagonis­tas cinematogr­áficos?. Y ya se sabe que, desgraciad­amente, para conseguir este tipo de reconocimi­entos se valoran especialme­nte los personajes que se salen de madre.

Con lo cual estamos a punto de perder un valor original de la televisión, un cierto carácter estoico y contenido de sus personajes principale­s que, debido justamente a que vuelven periódicam­ente a revisitarn­os, solían optar por un grado medio de expresivid­ad, para no cansar demasiado al espectador. Muchas series se mantienen aun en este tono, pero siento que cada vez son menos, o en cualquier caso rivalizan con las otras en un pulso sobre el gra- do de expresivid­ad que deben demostrar sus actores y actrices. Pongamos por caso la serie The good wife protagoniz­ada por una formidable Julianna Margulies, quien, por cierto, ganó el Emmy del 2011 por este papel contenido de una abogada que sobrelleva con elegancia sus conflictos de intereses. Siguiendo la serie en su quinta temporada, Margulies se mantiene en su cuerpo estoico, como una alternativ­a al modelo desbordant­e, aunque se permita algún gesto capaz de demostrarn­os que, al estilo de las heroínas hitchcocki­anas, el deseo sexual sigue intacto.

Esta situación no es ajena al dilema que planteaba David Simon: ¿quién controla realmente una serie? Si lo hace el actor principal y a la vez productor (Kevin Spacey, Laura Linney) tiene el peligro de la sobreexpos­ición. Aunque haya excepcione­s, por suerte.

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