Juegos de manos
Vicent Partal invitaba ayer a los lectores de Vilaweb a recordar la existencia de Josep Tarradellas y sonreír. Quienes no leyeron el editorial donde se hacía esta invitación quizás se pregunten por qué el independentismo tendría que sonreír recordando la figura de este controvertido presidente de la Generalitat que acabó convertido en marqués. Esta es la respuesta, según Partal: el decreto que restauró la Generalitat no encajaba en la legalidad de la época, pero había que restaurar la Generalitat y se hizo. En 1977, el presidente Suárez violó todas las leyes que le convino violar y optó por Tarradellas, que en 1954 había sido elegido en el exilio por un procedimiento bastante discutible. Pero el invento funcionó y nadie ha cuestionado la legitimidad de la Generalitat restaurada. La conclusión que invitaría a sonreír a los independentistas sería que “todos los grandes actos políticos eluden deliberadamente y superan las leyes vigentes”. Esta última afirmación es, tal como se formula, excesiva. Con todo, parece cierto que, sobre todo durante las transiciones o en momentos en que el orden constitucional sufre una crisis de legitimidad, los poderes constituidos pueden interpretar el papel de poderes constituyentes y que, en este contexto, aumenta su probabilidad de eludir y superar con éxito las leyes, particularmente cuando cuentan con la complicidad de los poderes económicos y de alguna u otra gran potencia. A menudo las cosas suceden así. Pero no parece que este hecho tenga que invitar a sonreír a los independentistas cuando recuerdan a Tarradellas.
El de Tarradellas es claramente un mal caso crucial para una causa que pretende defender el derecho de la autodeterminación en nombre de la radicalidad democrática. No le faltaban razones a Joan E. Garcés cuando, en su magnífico y esclarecedor ensayo Soberanos e intervenidos (Siglo XXI), ilustraba con esta peculiar operación retorno las limitaciones democráticas de la transición española. Y Josep Benet también escribió páginas a tener en cuenta en sus Escrits en defensa pròpia (Proa). Tarradellas volvió porque las fuerzas de izquierda habían ganado las elecciones generales en Catalunya, porque el Gobierno español y la gran patronal catalana querían impedir que estas fuerzas mayoritarias lideraran la recuperación del autogobierno y porque él mismo, atendiendo a razones quizás no muy políticas, se había comprometido a hacer, por su cuenta, concesiones que no tenía legitimidad para conceder y que pusieron plomo en las alas de la futura autonomía y del proceso constitucional que entonces se iniciaba. La operación Tarradellas fue un habilidoso ejercicio de ilusionismo. Las élites que participaron hicieron desaparecer un objeto político para hacer aparecer otro inesperado, escamoteando lo que parecía ser la voluntad mayoritaria. Parece que un precedente como este tendría que provocar la sonrisa de los partidarios de la tercera vía.
¿Por qué el independentismo sonríe recordando a Tarradellas?