El misterio del caricaturista
Juan Gabriel Vásquez reflexiona en una novela sobre el poder de los dibujos de prensa
El impulso inicial que movió a Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) a escribir una novela protagonizada por un caricaturista de prensa fue la fascinación que siempre sintió por Ricardo Rendón, “mítico dibujante de los años veinte que se pegó un tiro muy cerca de mi universidad”.
Así, el protagonista de Las reputaciones (Alfaguara), Javier Mallarino, es un influyente caricaturista político, capaz de tumbar gobernantes con un dibujito, que, un día, a sus 65 años, recibe la visita de una mujer que reabre un pozo oscuro: quiere que la ayude a recordar algo que sucedió hace 28 años. “Los temas principales son la responsabilidad del que tiene una tribuna pública, y la importancia que damos a nuestra imagen o reputación”.
La reputación, esa “construcción de ficción” que sigue importando. “Mientras escribía –cuenta–, una adolescente se suicidó porque alguien colgó en internet unas fotos indecorosas suyas tomadas en fiestas. Hace pensar: en el siglo XXI, aún es posible asesinar a alguien manchando su reputación. Era una idea decimonónica o medieval... y ha vuelto”.
“Rendón y su muerte misteriosa e inexplicada siempre me han acompañado, llegué a fantasear –explica– con la idea de escribir una novela sobre él”. Pero, al final, prefirió situar a su caricaturista en la Colombia actual.
Vásquez –que visita estos días España, y que habló con este dia- rio durante el Hay Festival de Xalapa (México) y el Festival de la Palabra de Puerto Rico, hace unas semanas– plantea a su personaje preguntas de calado: “¿De qué servía arruinar la vida de un hombre, aunque el hombre mereciera la ruina? ¿De qué servía ese poder si nada más cambiaba, salvo la ruina de ese hombre?”. También ha vertido experiencias autobiográficas, de sus seis años como columnista en la prensa: “Hay amigos que me han dejado de hablar, recibo insultos...”
Si sus novelas anteriores estaban sacudidas por el fragor de la historia o por grandes aventuras y viajes, Vásquez, en esta ocasión, compone una pieza de cámara, minimalista –139 páginas– con una estructura teatral clásica en tres actos que son planteamiento, nudo y desenlace. Él ve a su criatura como “un animal distinto”, ni novela ni cuento, “ese género de tamaño medio al que pertenecen Crónica de una muerte anunciada o El gran Gatsby”.
Habla también del síndrome de Korsakoff y sus pérdidas de memoria episódica, en el marco de una novela que intenta reflejar el funcionamiento del pensamien - to. “El libro se me fue convirtiendo en una explicación del mecanismo de la memoria”. Eso conecta con su obra anterior: “Vuelvo a hablar de la memoria, pero reduciendo el campo de acción: ya no es la colectiva sino la privada”. El narrador “transmite incertidumbre, conocimiento difuso, porque las novelas permiten ese saber ambiguo, pero tocado por la gracia, que consiste, más que en obtener respuestas, en hacerse buenas preguntas”. Para documentarse, se entrevistó con dibujantes –El Roto, el colombiano Vladdo– pues “antes de escribir siempre hago un reportaje: entrevisto, salgo a los lugares...”. Leyó ciencia y mucho a Henry James –“las mismas 20 páginas cada mañana, un día tras otro, para pillar el tono”– y se inspiró en la frase de Lewis Carroll: “¡Qué pobre memoria es aquella que sólo funciona hacia atrás!”. Podría suceder en cualquier otro lugar, pero sucede en esa Bogotá, a la que –tras su paso por Barcelona– ha vuelto, “así ya no tengo que telefonear a amigos para que se vayan a una plaza y me describan sus detalles”. Esa ciudad en la que, como leemos, “si es época de Navidad y las calles están adornadas con luces, hay algo melancólico en ella, como una fiesta que ha
salido mal”.