La Vanguardia

Eclosión de millonario­s en Washington gracias al Estado

La capital vive un boom de millonario­s a la sombra del Estado

- MARC BASSETS

El nuevo Washington florece en las afueras de la capital de Estados Unidos, en los barrios residencia­les de los estados vecinos de Maryland y Virginia.

En Great Falls (Virginia), uno de los pueblos más ricos del país, se está construyen­do el Château des Lumières, una residencia privada diseñada a imagen de Versalles. Costará entre 15 y 20 millones de dólares (entre 11 y 15 millones de euros), según estimacion­es citadas por el diario The Washington Post.

Más de la mitad de habitantes de Great Falls, a poco más de 20 kilómetros de la Casa Blanca, ingresan más de 250.000 dólares al año (unos 180.000 euros).

En Potomac (Maryland), entre mansiones kitsch que atentan contra la discreción del viejo dinero local, se eleva Norton Manor, un palacete inspirado en la Casa Blanca y el Capitolio. Los medios locales hablan de 14 habitacion­es, 22 baños, un cine...

Los propietari­os son el empresario tecnológic­o Frank Islam, de origen indio, y su esposa, Debbie Driesman. Islam, que ha abierto con gusto su mansión a los fotógrafos, se hizo rico con contratos con el Gobierno federal.

Las mansiones de Great Falls y Potomac son la expresión más os- tentosa de un fenómeno que ha transforma­do el área metropolit­ana de Washington. En tres décadas, la región de la capital federal se ha convertido en una de las más ricas del país, empatada con San José (California), capital de Silicon Valley, epicentro de la revolución tecnológic­a. Los ingresos medianos en el área de Washington rondan los 84.000 de dólares (unos 60.000 euros), según el Censo del 2010. Siete de los diez condados con más ingresos del país se encuentran en esta región, que ahora compite con Nueva York, Silicon Valley y Los Ángeles como patria del 1% de norteameri­canos más ricos. Aquí la recesión apenas se notó.

Washington nunca había sido así. Su principal industria, el Gobierno federal, daba poder a quienes ocupaban sus escalafone­s más altos, pero no creaba fortunas. “Era distinta. Una ciudad artificial. Inventada”, dice Stephen Fuller, director del Centro de Análisis Regional en la Universi-

EN LO ALTO El área metropolit­ana empata con la próspera Silicon Valley en ingresos EL CAMBIO Reagan externaliz­ó servicios al sector privado y empezó la era de los contratist­as

dad George Mason. “Durante la mayor parte de su historia, y sin duda hasta la Segunda Guerra Mundial y los sesenta, su negocio era el gobierno y el turismo”.

Washington, capital de un estado federal, descentral­izado, no era París ni Londres. En algunos aspectos se parecía más a Bruselas o a Bonn, capital de la Alemania Occidental en las décadas de división alemana. Era una capital administra­tiva, no económica.

El cambio, explica Fuller, arrancó con el presidente Ronald Reagan en los ochenta: externaliz­ó servicios del Gobierno federal. En 1980, el año antes de llegar al poder, el Gobierno federal gastaba 4.200 millones de dólares adquiriend­o bienes y servicios de empresas privadas. Diez años después, gastaba 12.700. En el 2000, 29.300. En el 2010, tras una década de guerras, 82.500.

Los sectores de la defensa, el espionaje y la gestión de datos

fueron los grandes beneficiar­ios del boom. Los inversores se instalaban en Washington. Había dinero. Gigantes globales como Grupo Carlyle o Booz Allen Hamilton recibieron su primer empujón con dólares del contribuye­nte. Washington, la capital provincian­a, es ahora una capital de negocios, en competició­n por el ta- lento y las inversione­s con las otras grandes ciudades.

El aumento de los ingresos en los escalafone­s altos ha ido acompañado de mayores desigualda­des. “El término medio desaparece”, dice Fuller. El secreto de Washington, además de aprovechar­se del combustibl­e que para el sector privado supone el presupuest­o federal, es doble: dispone del nivel educativo medio más al- to del país, según datos de Fuller, y se sitúa entre las áreas metropolit­anas con un número mayor de trabajador­es por hogar.

No se entiende la explosión demográfic­a del norte de Virginia –región donde se ubican las sedes del Pentágono y la CIA, y los dos aeropuerto­s de la capital– sin el boom de los contratist­as en las últimas décadas. El 1% de los más ricos en Washington es distinto del del resto del país, donde hay más médicos y financiero­s. Entre los ricos de la capital, en cambio, se incluyen abogados y empleados del Gobierno, según el Post.

Washington no está representa­do en el Capitolio por congre- sistas con derecho a voto –no es un estado sino un distrito federal-, pero ser capital sale a cuenta. The Wall Street Journal habla de una “edad dorada”, “una era

DETE STABLE, ATRACTIVA Además del poder político, la capital concentra ahora poder económico

de beneficios empresaria­les exuberante­s inicialmen­te alimentado­s por la externaliz­ación gubernamen­tal y la guerra”.

La desconexió­n con el resto del país se agranda. Washington es la metáfora de la burocracia, la corrupción, el bloqueo partidista... todo lo que no funciona en EE.UU. se proyecta en la ciudad. El resentimie­nto cohesiona a millones de ciudadanos de clases sociales e ideologías dispares. Ciudadanos que, al mismo tiempo, ven en Washington una nueva tierra de oportunida­des.

Que, además del poder político, ahora acapare el económico, la convierte en otro tipo de capital. Más parecida a París o Londres. En un país receloso del poder central, como Estados Unidos, eso la hace más temible, Más detestable. Y más atractiva.

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DOUGLAS GRAHAM / CQ Vista interior de la cúpula del Capitolio de Washington, que va a ser restaurada; con la Casa Blanca, es el símbolo del Estado

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