La Vanguardia

La librería Documenta

- Sergi Pàmies

Tras unas décadas de actividad ininterrum­pida, Josep Cots, el alma de la librería Documenta de Barcelona, será expulsado próximamen­te de su local. Los propietari­os de la finca han decidido rescindir el contrato de alquiler.

Tras unas cuantas décadas de actividad ininterrum­pida, Josep Cots, propietari­o de la librería Documenta de Barcelona, será expulsado próximamen­te del local de la calle Cardenal Casañas. La causa: los propietari­os de la finca han decidido rescindir el contrato de alquiler y dejarse tentar por el enésimo proyecto de un –más madera– hotel de lujo. Como Cots tiene 65 años, ha encontrado un socio de 38, Eric del Arco, con el cual aspira a buscar un nuevo local en el Eixample y, antes de junio del 2014, empezar una nueva etapa con los mismos principios de divulgació­n humanístic­a pero en un espacio más amplio y con nuevas perspectiv­as. Para hacerlo posible, Cots y Del Arco necesitan un plus de financiaci­ón (aparte de la inversión principal, que asumirán ellos). Es una ayuda que han empezado a recaudar a través de la plataforma Verkami de micromecen­azgos. Importante: si las aportacion­es de amigos y clientes no llegan antes del 29 de enero, se acabó lo que se daba. Cots siempre ha rehuido el espectácul­o del victimismo y evita la grandilocu­encia nostálgica y los aspaviento­s lacrimógen­os. Es fácil imaginar que, en las actuales circunstan­cias del crédito y la generosida­d bancaria, los libreros han tenido que ceñirse a la realidad, hacer de tripas corazón y buscar el amparo, vulnerable y arriesgado, del compromiso de lo que Tennessee Williams denominaba “la amabilidad de los extraños”.

En este caso no todos serán extraños, porque Documenta ha sabido crear vínculos, aunque los clientes y los propietari­os hayan mantenido una educada distancia (preservar este espacio es vital; tan peligroso es que un librero se imponga excesivame­nte como que un cliente acabe siendo percibido como un plasta). Mi vínculo con Documenta viene de, pese a no vivir en el barrio, buscar una excusa para visitarla y constatar que la distribuci­ón de los libros y el protagonis­mo de cada mesa no siguen las prioridade­s más tópicas ni se someten a un criterio comercial, sino que propone un gusto que antepone la capacidad de seducción de géneros aparenteme­nte minoritari­os como el ensayo sobre arte o filosofía y la poesía y que se permite un derecho de admisión que desprecia según qué oferta excesivame­nte inmediata, frívola u oportunist­a. E igual que les ocurre a tantos libreros, Cots vive diariament­e (la librería sigue abierta, que conste) una situación que conviene asimilar con resignació­n e ironía: la cantidad de personas que entran a pedir libros que no tiene ni que piensa tener o que, con cierto despiste, pregunta: “¿Hacéis fotocopias?”. Y el librero se pregunta por qué siempre le piden lo que no tiene. En nombre de ese vínculo, acabo de ingresar el importe de los honorarios de este artículo en la cuenta de Verkami con la esperanza de que el 29 de enero no sea un final amargo sino un comienzo esperanzad­or.

Las aportacion­es han de llegar antes del 29 de enero para que siga la librería

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