El Valle de los Caídos japonés
Hay símbolos y gestos políticos que el paso del tiempo es incapaz de borrar, o siquiera atenuar. Es el caso de santuario de Yasukuni, un templo sintoísta en el centro de Tokio dedicado a los más de 2,5 millones de soldados y militares que dieron su vida por el emperador en los últimos 150 años. El recinto es un remanso de paz situado cerca del palacio Imperial, pero también el centro de una polémica internacional que afecta a Japón con sus vecinos de China y Corea del Sur, y que se reaviva cada vez que un primer ministro nipón lo visita.
Para comprender el malestar que provocan estas visitas en Pekín y Seúl basta imaginar la reacción que suscitaría en buena parte de la sociedad española que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, visi- tara el Valle de los Caídos y repitiera la acción año tras año. Tal es el efecto que produjo la visita de Shinzo Abe ayer. La primera que ha efectuado un premier nipón desde la que realizó Junichiro Koizumi en el 2006.
Desde esa fecha, los mandatarios nipones habían mostrado discreción, pero no es el caso de Abe. Este político, conocido por su nacionalismo a ultranza, apuesta por devolver a Japón el protagonismo de potencia de primer orden y ello pasa por plantar cara a China. Un idea que explicaría esa visita a Yasukuni.
La controversia de Japón con sus vecinos es, sin embargo, relativamente reciente. Hasta finales de los años 70, homenajear a los soldados nipones muertos en defensa del país –incluidos coreanos y taiwaneses que lucharon con el uniforme nipón– no generó ningún problema.
La problemática estalló en 1978, cuando se empezó a ve- nerar –discretamente– como mártires a 14 militares de alta graduación considerados como criminales de guerra y protagonistas del belicismo nipón de la época. El tema es especialmente flagrante para Pekín y Seúl porque entre ellos se halla Hideki Tojo, considerado el artífice intelectual de la invasión japonesa de Manchuria y responsable final de numerosas ejecuciones de prisioneros, o del uso de armas químicas y biológicas en China y Corea del Sur.
Desde entonces, esa chispa encendió una polémica que se prolonga más de tres décadas y alimenta las protestas de Seúl y Pekín. Para estas capitales, Yasukuni se ha convertido es el símbolo del militarismo nipón que desembocó en la II Guerra Mundial. Para ellos, cada visita de un premier nipón es un acto de legitimación de ese militarismo. Una imagen difícil de borrar en una época en que Tokio apuesta por plantar cara a Pekín.