Espejismo en el Caribe
Prudencia en Washington y Miami ante un posible acercamiento entre EE.UU. y el régimen de La Habana
Tras medio siglo de embargo, y nueve presidentes de Estados Unidos después, la familia Castro sigue gobernando Cuba. El fracaso de Washington lo admite incluso Barack Obama. Decirlo en voz alta escandaliza cada vez a menos, en Washington y en Miami, bastión tradicional del exilio duro.
“La idea de que las políticas que pusimos en pie en 1961 todavía puedan ser efectivas hoy, en la era de internet, Google y el viaje mundializado, simplemente no tiene sentido”, dijo en noviembre Obama, en una recep-
Voces del exilio moderado dudan de la voluntad real del Gobierno cubano para aproximarse
ción para recaudar fondos para el Partido Demócrata en Miami (Florida). Al encuentro, en la residencia del líder moderado del exilio Jorge Mas Santos, hijo del histórico Jorge Mas Canosa, asistieron los disidentes Guillermo Fariñas y Berta Soler.
Hace unos años, si un presidente de EE.UU. hubiese pronunciado estas palabras en el corazón del exilio, se habría encontrado con una fuerte hostilidad. En noviembre le aplaudieron.
“Estamos más cerca que nunca del final de un proceso”, dice desde su distrito en el sur de Florida el congresista Joe García, demócrata. “El problema es la retórica que se usa, que no tiene nada que ver con la realidad: esa realidad que estamos viendo, con los pequeños negocios, con el va y viene de las personas, con la amplia participación de la sociedad cubana para tratar de buscar soluciones”.
Desde que llegó a la Casa Blanca en el 2009, Obama ha permitido el envío de remesas y los viajes de familiares. En Cuba los nuevos negocios privados se ha beneficiado. “Empezamos a ver cambios en la isla”, dijo Obama
¿Suena la hora del deshielo entre Washington y La Habana?
Unos días después del discurso en Miami, y en ocasión de la ceremonia en honor al fallecido Nelson Mandela en Johannesburgo (Sudáfrica), Obama estrechó la mano del presidente cubano, Raúl Castro.
La Casa Blanca insistió después en que el saludo fue improvisado y no entrañaba ningún mensaje político.
La semana pasada, Castro pidió en un discurso “una relación civilizada entre ambos países”, algo, añadió, “que nuestro pueblo y la inmensa mayoría de ciudadanos de EE.UU. y de inmigrantes cubanos desea”.
Los signos, superficiales aún, se multiplican. La Administración Obama ha tomado nota de un cambio de actitud de la Cuba de Raúl Castro –más “racional” y “dispuesta a escuchar” son palabras que estos días se escuchan en Washington– respecto a la de su hermano Fidel, que se retiró en el 2008.
Cuando en verano La Habana dejó claro que Edward Snowden –el filtrador de los secretos del espionaje electrónico de EE.UU., fugitivo de la justicia de su país– no pondría los pies
“Empezamos a ver cambios en la isla”, ha celebrado Obama en el corazón del exilio en Florida
en Cuba, aquí se interpretó como síntoma de los aires nuevos.
Los cambios tangibles, sin embargo, son menores. Hay obstáculos inmediatos, como la detención en Cuba del cooperante es- tadounidense Alan Gross, condenado en el 2011 por actividades contra el Estado.
“De parte de Estados Unidos sé que hay un deseo, en la Administración Obama, de mover la cosas”, dice el empresario Carlos Saladrigas, una de las voces más influyentes del exilio favorable al diálogo. “No no es fácil. Hay obstáculos, incluyendo el preso Alan Gross. Lo que a mí no me queda claro es si esta voluntad existe por parte de Cuba”. Saladrigas ve un sector inmovilista que, como en tiempo de la perestroika en la Unión Soviética, frena los cambios.
Nada indica que los dirigentes cubanos planeen desmantelar el régimen. Nada indica tampoco que EE.UU. vaya a levantar el embargo a Cuba a pesar de que el propio Obama haya cuestionado su eficacia. Sin cambios en estas posiciones, será difícil que el acercamiento se acelere.