El juez Ruz
Poco antes de Navidad, un juez pasó largas horas registrando la sede del partido que gobierna España. En países respetuosos con el poder que emana de la ciudadanía, se habría producido un terremoto. Se habrían producido dimisiones o guillotinas. En España no ha pasado nada, a pesar de que los indicios de corrupción del PP son muy evidentes. Incluso José M.ª Aznar, ayer intocable martillo de herejes, ha quedado manchado por unos e-mails de un expresidente de Caja Madrid.
En su último libro, Notícia del present (RBA), Pujol afirma que los políticos son el único gremio que, en vez de defender a sus miembros, los arruina, pues la munición preferida de los partidos es acusarse unos a otros de corrupción. Y, ciertamente, las comprometedoras revelaciones sobre el modo feudal con que el PP usufructúa el poder democrático provienen de un diario de izquierdas y han sido coreadas por el PSOE. Cuando las revelaciones actúan en sentido contrario (ha ocurrido hace poco con la corrupción de la UGT), son los diarios de la derecha los que realizan la tarea de airear los trapos sucios de las izquierdas. El mismo mecanismo se usa cuando los trapos sucios son de CiU. Los medios más antisoberanistas publicitan las miserias del Palau o del caso ITV, y así los partidos españolistas obtienen munición. Nos hemos acostumbrado a este juego estúpido en el que unos se rasgan las vestiduras acusando a sus rivales de unos males que también ellos cometen. Ahora bien, en el caso del PP, comienza a flotar en el aire una sospecha: que la justicia acabe jugando a su favor. Del presidente del TC a los trapicheos del poder judicial o del Supremo, la influencia del PP es enorme e indisimulada. La valentía del juez Ruz demuestra que todavía hay esperanza en la independencia de la jus-
Crece la sospecha de un juego político con cartas marcadas; si se confirmara, la democracia estaría muerta
ticia, pero la velocidad con que el fiscal ha recurrido la imputación de la mujer del presidente de Madrid por delito de blanqueo da que pensar.
Mientras todo el mundo está pendiente –sea a favor o en contra– del soberanismo catalán, un fantasma recorre España sin provocar inquietud: el fantasma de una democracia controlada. Ya con el olvidado caso Naseiro, de financiación ilegal, se constató que el PP consigue anular en los tribunales acusaciones por las que otros partidos pagan. Ejemplos: por lo mismo que se ha sabido de Aguirre (usar Caja Madrid para colocar a los suyos) se ha arruinado la carrera de dos socialistas (el alcalde de Sabadell y el secretario del PSC). Oriol Pujol está desactivado por el caso ITV, mientras que Ana Mato, vinculada a un cabecilla de Gürtel, es ministra de Rajoy. Crece la sospecha de un juego político con cartas marcadas. Tal sospecha ya se cernía sobre la sentencia que recortó el Estatut (recordemos: el tribunal excluyó a un magistrado por haber redactado un informe, pero ahora acepta a un presidente con carnet). Si se confirmara tal sospecha, la democracia estaría muerta. De ahí que nuestro héroe sea el juez Ruz. Ya lo decía el ingenioso La Rochefoucauld: el amor por la justicia revela el temor a ser tratados con injusticia.