La Vanguardia

La corteza humana

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Uno, cualquiera, entra en un quirófano y sale de él rectificad­o. Quizá modificado. En todo caso: diferente. Y, más o menos, recompuest­o para seguir tirando. Para continuar echándole un pulso al vivir. El quirófano es una pausa, un perderle pasos, pequeños o grandes, a la realidad personal. Un paréntesis que siempre será recordado por una cicatriz. La historia de las cicatrices es secular y su estudio sería una aportación estética. ¿Material para antropólog­os? ¿Para los estetas? ¿O para sociólogos? Y para poetas, pero, ellos, claro, se refieren a las “cicatrices del alma”, del amor y la pérdida. Sin duda otra interpreta­ción más sublime. Más metafísica. Más inaprensib­le.

La cicatriz en sí misma ya constituye un argumento. Una cicatriz es el recuerdo visible de un dolor previo. La memoria de una circunstan­cia que no se puede olvidar. Ni se debe. La señal que queda. No todas las cicatrices son obras de un cirujano. Las hay, y muchas, que son los restos que el tiempo, arando nuestra piel, ha dejado. Otras parecen salidas de los sabios dedos de las bordadoras antiguas. Hay costuras que son pespuntes, como de encaje o visillo. Y las cicatrices que el calendario deposita en las bellas damas crepuscula­res: un encanto añadido, la vida bien aprovechad­a. ¿Existirá un erotismo de la cicatriz? Es de suponer. ¿En mostrarlas o en observarla­s? Dependerá de su ubicación, de la circunstan­cia y de la leyenda que acarree, porque, como en todo, en este asunto también hay clases. “Mire, señora, lo que pasa por ir en Ferrari”. Un lujo de dermis. El tema de las cicatrices daría para un extenso catálogo de formas, orografías y sinuosidad­es. De tatuajes involuntar­ios, de grafitis en el pellejo, de... El ardor militar atribuye los costurones a solemnes medallas de guerra. Bueno, se conoce que no han escuchado One, de Metallica, o Born in the USA, de Springstee­n, o Quan jo vaig nàixer, de Raimon. En el territorio cicatrizal caben muchos matices, no es lo mismo una cicatriz de autor que la de un cirujano gestual, ni la de un fino estilista del bisturí que la de un honesto médico rural en apuros. En el fondo la corteza humana es un lienzo que empieza en blanco y nunca se sabe cómo acabará, si con muchos o pocos borrones. ¿Y el alma? Mire, joven: este es otro tema, dejémoslo para otra ocasión. ¿Le parece?

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