El verdadero siniestro
Un shock de difícil asimilación es amanecer el día de Navidad con la noticia de la muerte de Germán Coppini, el alma de los primeros Siniestro Total y de aquellos profundos Golpes Bajos que marcaron un antes y un después en la historia del pop ochentero español. Fallecía de repente, con 52 años y tras declarársele un cáncer hepático fulminante. Se iba el más siniestro de los músicos, hondo y ecléctico, dejando en el aire la amarga duda de si el mundo de la música fue capaz de ponerse al servicio de su talento, capear su inicial adicción a las sustancias y sacar partido de su compleja personalidad, esa que le impedía disfrutar del proceso creativo.
Sus inicios como vocalista de los gallegos Siniestro Total se remontan a 1981, cuando el grupo de punk gamberro cantaba “Ayatollah, no me toques la pirola” y se exponía a todo tipo de salvajadas del público. Sin embargo, Coppini llevaba mal la agresividad que generaba el mundo del
Mientras la movida exaltaba los temas rápidos y festivos, Golpes Bajos daba un salto a nivel musical
punk. No era de esos cantantes que aceptaban que les escupieran sobre el escenario, y reaccionaba con evidente disgusto a este tipo de comportamientos, como pudieron comprobar los asistentes –más bien escasos– a un concierto que ofreció en el mítico Zeleste liderando la primera versión de Siniestro Total.
Coppini llegó incluso a recibir un botellazo en una pierna mientras actuaba, cosa que le obligó a ingresar en un hospital y plantearse seriamente su continuidad en el grupo. Nada más recibir el alta, contactó en Vigo con su compañero de instituto Teo Cardalda, un músico de gustos pop y hacer refinado, con el que formó un dúo paralelo llamado, sí, Golpes Bajos.
Cardalda y Coppini se limitaron de entrada a grabar versiones de los Who, pero ya en 1983 y habiéndose sumado al grupo el multiinstrumentista Pablo Novoa y también Luis García editaron con la discográfica Nuevos Medios, de Mario Pacheco, el maxi-single Malos tiempos para la lírica, un llamativo superventas que marcó a toda una generación de la llamada movida. A este éxito lo acompañaban otros como No mires a los ojos de la gente o Estoy enfermo, en los que se hacía evidente la influencia Bri- tish new romantic combinada con las angustiosas e impactantes letras de Coppini y Cardalda.
Aparte de este Golpes Bajos EP y un segundo volumen de seis temas, Pacheco editó en 1984 el único LP de Golpes Bajos, A santa compaña, que incluía temas como La fiesta de los maniquíes o Hansel y Gretel. Mientras la nueva ola madrileña exaltaba las canciones rápidas, hedonistas y festivas, el trío Coppini-Cardalda-Novoa lograba por primera vez un salto notable a nivel musical.
Pero como la mayoría de los músicos de su generación, Coppini sucumbió a episodios de mala vida. En los camerinos de la discoteca Dragón Rojo de Cerdanyola del Vallès tuvo que ser Cardalda quien atendiera a los periodistas de una emisora local, ya que ni Coppini ni otros integrantes del grupo estaban en condiciones de articular respuestas coherentes.
La aventura con Golpes Bajos fue breve. Coppini los dejó tras Devocionario, en 1985, iniciando con El ladrón de Bagdad una carrera en solitario basada en colaboraciones: Nacho Cano, Alaska y Dinarama, Tino di Geraldo y Luz Casal... Tras siete años de silencio, grababa en 1996 su mejor trabajo en solitario, Carabás, donde daba una lección de eclecticismo repasando un sinfín de ritmos latinos a los que añadía su notable voz y el sarcasmo de sus sangrantes letras.
Pasaba entonces por una época de relativa estabilidad y aun así parecía inseguro respecto a su propio talento. En una cena barcelonesa junto al ya malogrado Mario Pacheco, su valedor, Coppini no podía creer que su maqueta de Carabás emocionara a la prensa. “¿De verdad te parece buena?”, preguntaba, incapaz de anticiparse a la respuesta.