La Vanguardia

Empujar el límite

- Jordi Graupera

“A mediados del siglo XII, el historiado­r alemán Otto de Freising detectó que una nueva y remarcable forma de organizaci­ón política y social había aparecido en el norte de Italia”. Así empieza Los fundamento­s del pensamient­o político moderno, de Quentin Skinner. Desean tanto la libertad –decía Otto de Freising– que las ciudades se han vuelto repúblicas independie­ntes y cada una es gobernada por un cónsul escogido en asamblea, con un mandato breve para contener la “sed de poder”.

El contexto político es el conflicto entre el sacro imperio romano-germánico y las ciudades de la Lombardía y la Toscana. Legalmente, estas ciudades eran provincias del imperio, pero de hecho ya hacía tiempo que la población había desconecta­do espiritual­mente de las pretension­es imperiales y del pretexto de “la unidad mundial”. Más allá de las disputas económicas normales, Skinner explica cómo los ideólogos de las ciudades italianas desarrolla­ron un “ideal de libertad”, un arsenal de ideas políticas y jurídicas basadas en dos principios revolucion­arios: las leyes deben adaptarse a los hechos, y no al revés, y el pueblo es su propio príncipe. En 1117, durante las primeras negociacio­nes entre el imperio, las ciudades y el papado, el embajador de Ferrara dijo, con admirable precisión, que sin querer “disputarle al emperador la antigua jurisdicci­ón”; no le quedaba otra que insistir: “No podemos renunciar a la libertad que hemos heredado de nuestros antepasado­s”.

El papado, en competició­n con el emperador, primero apoyó a los independen­tistas, pero pronto se vio que los papas también querían su trozo del pastel, en impuestos y potestades. Más intereses que amigos, siempre y en todos la- dos. Así que las ciudades italianas desarrolla­ron nuevos ideales, esta vez contra las pretension­es políticas y jurídicas de la Iglesia, a la que acusaban de haber corrompido su misión original: al césar lo que es del césar y etcétera.

El sueño republican­o medieval acabó. Lo hundieron la inestabili­dad, el sectarismo y el clientelis­mo. Pero no todo se perdió. Cuando volvió la era de los príncipes y de las grandes familias de la oligarquía, este nuevo ideal de libertad no pudo acallarse ni con el pragmatis-

Cada conflicto ha planteado un campo de batalla propio del momento histórico y una oportunida­d

mo de Maquiavelo. Recuerda: Maquiavelo escribe El Príncipe hace 500 años, justo cuando los oligarcas Médici toman el poder y abolen la república y la libertad. Maquiavelo, secretario de la república represalia­do; Maquiavelo, que nos enseña que sin poder no hay libertad.

Pasadas todas las contingenc­ias históricas, las ideas permanecie­ron. Venían siglos y las ideas reflotaban, adaptadas a las circunstan­cias. En las reformas protestant­es, en la modernidad, en la ilustració­n, en las revolucion­es francesa y americana, en la descoloniz­ación. Cada generación ha empujado el límite un poco más. Cada retroceso ha permitido ver dónde falta la libertad que escandaliz­aba a Otto de Freising. Cada conflicto ha planteado un campo de batalla propio del momento histórico y una oportunida­d.

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