Cuatro inquietantes diagnósticos
La situación es exactamente como la han dibujado los cuatro personajes que hablaron ayer: Gallardón, Mas, Rajoy y Rubalcaba, citados sean por orden de aparición en pantalla. El ministro de Justicia, por ese extraño orgullo de ver su ley del aborto como la más progresista. El president de la Generalitat, porque al fin tuvo que decir la verdad: una Catalunya independiente se tendría que poner a la cola para volver a la UE. El jefe del Gobierno español, porque anunció que los esfuerzos más duros ya están hechos, y supongo que pensaba en los que tuvo que hacer su Gobierno. Y el líder de la oposición, por su diagnóstico negativo: España recupera la desigualdad y la falta de libertad.
Consideración general: si esos cuatro señores y sus discursos retratan la realidad del país, el diagnóstico reviste una inquietante gravedad. Por parte de Rajoy, porque se sitúa por encima del jefe del Estado: aplaude su discurso, pero le parece una suma de palabras bien construidas que él no tiene por qué obedecer. Al mismo tiempo, ha decidido que la política es un asunto de segundo nivel para este Gobierno. Ante la economía, un torrente de literatura; ante las cuestiones que queman las manos del Estado y la convivencia, un torrente de evasivas. El administrador ha devorado al líder político.
Por parte del señor Mas, me importa poco que el método para la independencia sea la consulta o las elecciones. Lo que interesa es que Catalunya se ha de disponer a un largo periodo fuera de las instituciones europeas y sus tratados. Y eso, se mire como se mire, es un desastre para un país. Y algo censurable desde el punto de vista ético: los conductores del sueño soberanista lo han ocultado, lo han negado cuando lo dijeron las autoridades españolas y eu- ropeas y, por tanto, han conducido a la sociedad a un estado de opinión con un falso señuelo de prosperidad.
Por parte de Rubalcaba, desgraciadamente tiene razón. Aunque sea cierta la recuperación, lo son mucho más los indicios de deterioro social. Aunque se termine el año con menos parados, hay más familias necesitadas. Aunque mejoren los datos macroeconómicos, aumenta la desigualdad. Y aunque parezca que amainan los sacrificios, es muy elocuente que en el mismo acto en que el Gobierno anuncia que lo peor ha pasado, tenga que comunicar que se congela el salario mínimo. Lo penoso es que la denuncia del líder socialista todavía no disfruta del beneficio de suponer una esperanza para quienes buscan soluciones menos técnicas y de más justicia social.
De Gallardón sólo puedo apuntar: cuando anuncia que un proyecto de ley no será modificado en el Parlamento, se está cargando el sistema parlamentario. Desde esa frase, ya no existe. Un solo señor ha decidido que los representantes de 46 millones de españoles pueden ahorrarse sus comentarios y aportaciones, porque el muro de la mayoría absoluta los tumbó por adelantado. ¡Qué retrato de país se hizo en el día de ayer! Menos mal que se publica el 28 de diciembre, y la historia puede pensar que ha sido una inocentada. Lamentablemente, no lo fue.