La Vanguardia

Argumentos literarios

- Antoni Martí Monterde A. MARTÍ MONTERDE, director del máster UB-Muhba Barcelona-Europa

Hace algunos días encontré en una librería de Lyon una pegatina en la que una gruesa tipografía de colores chillones gritaba: “Intellectu­el ta mère!”. Pocos días después, bajo el título de “Qui acusa?”, se inauguraba en Barcelona un congreso sobre la figura del intelectua­l europeo. Aunque compartan la ironía, estas dos fórmulas son esencialme­nte diferentes, pues tienen una historia compartida sólo parcialmen­te. ¿Es Europa un espacio intelectua­l? Así como la literatura europea no es sólo un conjunto de libros en muchas lenguas, la idea de un espacio intelectua­l europeo no es la suma de unos nombres, sino la capacidad de pensarse en una dimensión doble y poner en relación las reflexione­s que han surgido en otros lugares con la propia tradición cultural y las necesidade­s de la sociedad de la que el intelectua­l o el escritor forma parte.

Catalunya es uno de los pocos lugares de Europa donde apenas hay euroescept­icismo; siempre hemos sido inmoderada­mente europeísta­s porque nuestros escritores siempre lo han sido. Leer a Rusiñol significa retomar a Ibsen; leyendo a Maragall nos pensamos con Goethe y Nietzsche; el Glosari de Eugeni d’Ors es la reescritur­a con-

La interioriz­ación intelectua­l de Europa en la cultura catalana debería ser el horizonte de todo debate

tra Voltaire del Dictionnai­re philosophi­que portatif; de Joan Fuster, leemos el Diccionari per a ociosos como una respuesta a Ors con Montaigne, Camus y Erasmo, pese a parecer tan sartriano; sin Proust Josep Pla sería muy diferente y Llorenç Villalonga quizá ni existiría. Estos escritores, junto con los Xammar, Gaziel, Foix, Gasch, etcétera, significan nuestra modernidad literaria e intelectua­l, y señalan el marco donde somos inteligibl­es. Ningún gran escritor catalán es sólo catalán. Esta actitud, desplegada en sus lectores, constituye una de las estructura­s más sólidas de nuestra cultura y, de hecho, es una declaració­n de independen­cia crítica y de conciencia de relación crítica. Ya cuando Aribau fundó, en 1823, una revista no dudó en llamarla El Europeo.

Por eso las alusiones a Europa en el actual momento político son tan frecuentes: parten de esa perspectiv­a en que lo propio es lo europeo y lo catalán su concreción. Que el Parlamento Europeo considere la cuestión catalana un asunto interno de un Estado y no una cuestión interna europea que afecta a millones de ciudadanos europeos nos resulta incomprens­ible. La interioriz­ación intelectua­l de Europa en la cultura catalana, la conciencia de pertenecer a ese espacio es tan clara, que debería ser el horizonte lógico de todo debate: aquí, pero también en Bruselas y Estrasburg­o. La literatura nos ha dado los argumentos más sólidos para que nuestro debate político sea nacional y europeo. A nuestros posibles intelectua­les de hoy les correspond­e hacerse cargo de su propia y doble tradición.

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