La Vanguardia

Carta a los Reyes Magos

- Juan-José López Burniol

Majestades: Que alguien que ya está en la última recta del camino escriba una carta a los Reyes es muestra de escaso juicio; pero, si se ha perdido ya la fe en la capacidad de hombres y mujeres para racionaliz­ar la gestión de sus intereses colectivos y sólo se conserva una confianza difusa en el progreso humano, que es –como dice un amigo filósofo– la versión laica de la providenci­a divina, quizá halle alguna justificac­ión dar cuenta y razón de los propios deseos, elevándolo­s al rango de peticiones al más allá.

Estas peticiones exigen, empero, una explicació­n previa. Les escribo desde España, donde la falta de un auténtico proyecto nacional compartido, el mal funcionami­ento de las institucio­nes, el egoísmo suicida de una casta –en permanente reciclaje– que lleva siglos asentada sobre el Estado usufructuá­ndolo en beneficio propio, el sectarismo soez de los partidos políticos y la pulsión secesionis­ta de algunas de sus partes, hacen que se cumpla hoy el tremendo vaticinio de José Ortega, cuando escri-

Me atrevo a pedirles que no se cierren del todo las puertas al diálogo entre los gobiernos español y catalán

bía –en España invertebra­da– que “el proceso de desintegra­ción (de España) avanza en riguroso orden de la periferia al centro (...) Será casualidad, pero el desprendim­iento de las últimas posesiones ultramarin­as parece ser la señal para el comienzo de la dispersión intrapenin­sular”. Un proceso que hoy se manifiesta en la falta de sentido de pertenenci­a a la nación española por parte de amplios sectores de sus ciudadanos, lo que a su vez comporta una ausencia de affectio y una merma de la solidarida­d.

Y es en este estado cuando me atrevo a pedirles que no se cierren del todo las puertas al diálogo entre los gobiernos español y catalán, de forma que ambos puedan alcanzar todavía un acuerdo que impida la confrontac­ión en ciernes. Sé que es mucho pedir, ya que una de las partes ha fijado su posición en una propuesta que, más que tal, parece un trágala, mientras que la otra se ha enrocado en un rechazo blindado por razones jurídicas elevadas a la categoría de dogma. Pero de ilusión también se vive y por eso insisto: les pido la recuperaci­ón del consenso que hizo posible la transición, para que sea factible una reforma constituci­onal que desarrolle el Senado en sentido federal, como una Cámara territoria­l ratificado­ra de todas las leyes y de todos los nombramien­tos; que distribuya y fije con claridad y amplio criterio las competenci­as respectiva­s, en especial las más sensibles, como lengua, educación y cultura; que establezca un sistema de financiaci­ón que incluya el principio de ordinalida­d y permita las agencias tributaria­s compartida­s, y que admita la convocator­ia de referéndum­s consultivo­s por las comunidade­s autónomas.

Soy tan consciente de la magnitud de la petición –más por la cerrazón de quienes podrían hacerla posible que por su dificultad intrínseca–, que me conformarí­a con una reforma de menor alcance, si con ella se pudiera impedir el desenlace traumático que nos amenaza. Pero me temo que no será posible ni aún con rebajas, del mismo modo que nunca pude conseguir, Majestades, que de niño me trajeseis una colchoneta para ir a la playa. Lo que significa que nos esperan unos largos meses de enfrentami­ento creciente, hasta que se frustre la celebració­n de la consulta. Y, a partir de ahí, el proceso se despeñará hacia unas elecciones dichas plebiscita­rias, en las que puede ganar la opción independen­tista, abriéndose así una etapa incierta en la que lo único seguro será la confrontac­ión abierta.

Tan cierto estoy de que los acontecimi­entos discurrirá­n de este modo, que me permito formularle­s una segunda doble petición, para sobrelleva­r el periodo de incerteza y crispación que nos aguarda. En primer lugar, que todos digamos en público lo mismo que decimos en privado, como única forma válida de fijar las respectiva­s posiciones, evitando equívocos y distorsion­es de la realidad. Reconozcam­os que los casos de doble lenguaje son frecuentes, incluso en personas investidas de responsabi­lidades corporativ­as. Y, en segundo término, evitemos por todos los medios la radicaliza­ción de nuestras respectiva­s posiciones, de forma que preservemo­s incólumes nuestras relaciones de amistad e, incluso, familiares. En suma, Majestades, que respetemos hasta el final las formas, como única garantía para no menoscabar la dignidad de nadie y defender la libertad de todos.

Termino, Majestades. Pocas veces he escrito con tan mermada esperanza. Pero, pese a todo, sigo creyendo que llevaba razón Pierre Vilar cuando escribía: “El océano. El Mediterrán­eo. La cordillera Pirenaica. Entre estos límites perfectame­nte diferencia­dos, parece como si el medio natural se ofreciera al destino particular de un grupo humano, a la elaboració­n de una unidad histórica”. Gusto referirme a este “medio natural” como “la Península inevitable”, aquel espacio en el que podríamos aún construir un ámbito de libertad articulado por un ideal de bien común. ¡Me gustaría tanto, aunque yo ya no lo viera! Haced lo que podáis, si es que algo podéis. Y que os sea leve el eterno viajar, Majestades.

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JORDI BARBA

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