La Vanguardia

Madres anónimas

María dio su hijo en adopción a los 17 años y describe su periplo para reconstrui­r la historia de una maternidad sin rastro

- ANA MACPHERSON

Busco niño nacido el 15 de octubre de 1973 en la clínica X de Burgos. O de Bilbao, o de Sevilla. Ese es el comienzo de la reconstruc­ción de la propia historia para cientos de mujeres que han colocado su anuncio en las listas de adoptados de organizaci­ones como Anadir, una de las grandes asociacion­es de afectados por adopciones irregulare­s (bebés robados). Esas listas son, para la mayoría, la primera vez que salen del armario. Y ahora han creado una asociación –Ambar– de mujeres que nunca tuvieron esos hijos según el Registro Civil y que no han hablado con prácticame­nte nadie del tema en decenios. Porque los dieron en adopción cuando eran adolescent­es asustadas ante la posibilida­d de que se supiera en ca- sa. O por vergüenza. O por soledad absoluta. O por todo a la vez. Y al dar a su bebé “se fue una parte de una misma, te quedas con un vacío inmenso. Dejas allí lo más bonito de ti”.

Así lo describe María, una de esas madres biológicas (aborrece el término). Aquello ocurrió hace 40 años, cuando ella tenía 17 años. No le robaron el niño, ni la engañaron. “Pero me tragué toda la humillació­n y la vergüenza, porque esa gente de clase alta, muy buena y generosa, te lo hacen sentir sutilmente”. Ella formaba parte de una familia numerosa de clase media. Era de las pequeñas de la casa. Y con su embarazo solo estaba ella; no era asunto del chico. “Ni lo sabía; por los casos que conocí, era lo habitual; ningún papá se hacía cargo”. Así que ocultó su embarazo con fajas y ropas holgadas y, por recomendac­ión de un sacerdote, pasó un par de meses, con otras diez o doce jóvenes, en una de las casas que en Bilbao tenia la Asociación María Madre, una entidad dirigida por Mercedes Herran de Gras, especializ­ada en estos nacimiento­s discretos que principalm­ente acababan en adopciones.

Por su bien. Porque esos padres nuevos le darían una oportunida­d el bebé y a ella.

Y regresó a casa de sus padres y sus hermanos “peleada con la vida, dolida e intentando sobrevivir”. Ellos creyeron que había pasado una temporada con una amiga que vivía en otra ciudad. Se tra- taba de que no lo supiera nadie. “No te engañes, mis padres eran buenas personas, pero cuando eres tan joven piensas que te van a descalific­ar por haberte dejado engañar y con los años te das cuenta de que solo eras muy joven y muy vulnerable”.

En estos 40 años apenas ha hablado de ese episodio de su vida. Con su hija nacida de su matrimonio –“estoy divorciada”– tampoco. Lo tiene pendiente para estos días. De ahí las precaucion­es al explicar su decisión sin dar muchas pistas: “se lo debo”.

La decisión fue apuntarse en las listas de búsqueda de la asociación Anadir, donde madres biológicas e hijos adoptados se buscan mutuamente. “No quedaba constancia de nada. Éramos madres anónimas. En teoría, abandonaba­s el bebé y ellos tramitaban el resto, hasta la adopción. A mí no me forzaron. Solo ‘reforzaron’ esa parte de ‘mejor con ellos que contigo’”. Por ese motivo no era posible rehacer el camino y llegar a saber qué pasó con aquel niño que nació hacía 40 años. Y hace un año y medio tomó la decisión de averiguarl­o.

“Una amiga, de las pocas personas con las que he podido hablar de esto, me ayudó a hacerlo. Metí mi perfil: fecha de nacimiento, clínica, datos del médico que lo atendió y mi correo. Y esperas. Me llegó un mensaje de un chico de 40 años que podía ser mi hijo en noviembre, después de la emisión de la serie sobre niños robados de Tele5”.

Según ha podido saber, a ese hombre de 40 le animó su compañera. Nunca antes había buscado sus orígenes. “Fue el primero y único correo. Bingo. Las pruebas de laboratori­o nos acaban de llegar y lo confirma. No, aún no nos hemos visto, solo fotos, ir charlando. Los ojos son inconfundi­bles”.

María y su cuarentón recién encontrado quieren darse tiempo para conocerse. Ir poco a poco. Durante años hizo psicoterap­ia y eso le permitió digerir mucho. Pero es muy consciente de los riesgos. “Estoy viviendo una

historia difícil, recordando. Hay cosas borradas. Por ejemplo, el paso por la clínica”.

De su nuevo hijo explica que “es muy apasionado”. De su hija, a la que espera para contárselo, que es una mujer maravillos­a. “Tengo confianza en mí misma y en ella, aunque ahora me duela el estómago”. De la asociación de madres biológicas espera todo el apoyo. “Una madre que ha pasado ya por el encuentro me anima muchísimo”.

Aún son pocas en la asociación. Cada una, una historia diferente. “También lo eran en la casa de Bilbao, había de 18, de 25, algunas casadas y con un embarazo extramatri­monial. Nunca me he tropezado con ninguna de ellas. ¡Y me hubiera gustado!”.

Porque ninguna ha podido hablar de esto. Cuando supo el resultado del laboratori­o sintió el mismo pánico que cuando vio el test de embarazo.

Ahora, María cree que se ha lanzado a una causa importante. “Las madres no tienen ningún derecho, ninguna opción de la que tirar”. Embarazos ficticios, bebés robados o renuncias totalmente legales, todos los métodos servían para no dejar huella. Las borraron del mapa.

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De espaldas. María oculta su imagen para proteger la intimidad de su familia
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DANIEL GARCIA-SALA

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