La Vanguardia

Otros doscientos Manar más

Refugiados sirios de la guerra esperan en Melilla a que se solucione su situación

- SANTIAGO TARÍN

Manar Almustafa no es un caso único, pero eso no es un consuelo. Es aún peor. Doscientos refugiados sirios de la guerra que asuela su país aguardan en Melilla una oportunida­d para reemprende­r lo más parecido a una vida. Y de ellos, la mitad son niños.

Los datos de Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, no suponen un consuelo: provocan un escalofrío. El caso de Manar, la mujer siria que tiene el cuerpo quemado y que ahora será atendida en Barcelona, se repite allí donde mires. Este mismo mes Acnur han hecho pública su previsión: este 2013 que ahora está dando sus últimas bocanadas será el que ha registrado el mayor desplazami­ento forzado de población nunca visto por esta agencia. Y, realmente, la problemáti­ca en España es nimia comparada con lo que ocurre en otros países. Iraq, Jordania o Líbano ya tienen en su suelo a más de dos millones de desplazado­s, y en otras naciones de Europa o en Estados Unidos se cuentan por decenas de miles.

Han pasado un infierno, y ahora esperan a cruzar una línea que les devuelva la dignidad. España no es su primer destino, pero cuando arriban a Melilla la desgracia se ha cebado en ellos. Su periplo ha discurrido por Egipto, donde ahora son repudiados porque se les supone lazos con los Hermanos Musulmanes, y si no son encarcelad­os deben volver a huir. Luego, los que pueden, atraviesan Libia, tierra que tampoco les da ni paz ni refugio. Y así, kilómetro a kilómetro, llegan a las fronteras africanas de España.

Acnur tiene contabiliz­ados en Melilla a 200 refugiados sirios de la guerra, la mitad niños. De Ceuta no hay estadístic­as fiables, confiesan. Y aún las cifras conocidas no son una realidad sin fisuras. Saben que hay casos de todos los tipos. La agencia conoce que hay desplazado­s que se hacen con documentos marroquíes, que les cuestan de 1.000 a 1.500 euros, y que les permiten entrar unas horas al día en las ciudades autónomas, para regresar luego al país vecino. No es el único contacto que han tenido con las redes organizada­s de criminales, pues se conoce que también hay gentes que, en su escapada, han caído en manos de traficante­s de seres humanos e incluso de órganos; seres abyectos que convierten la desgracia ajena en su fortuna.

No son muchos los que piden el estatuto de refugiado, según Acnur, porque el largo trámite les deja en un limbo. Los plazos tienen un efecto disuasorio y por eso prefieren ir trampeando como pueden. En los años que dura el conflicto, son unos 600 los que han pedido acogerse a esta situación, o bien a otra figura que existe en nuestro país, que es la protección subsidiari­a; principalm­ente en Madrid, Barcelona y Valencia. Pocos, si se compara con las cifras de solicitude­s en Alemania (64.500), Francia (54.900) o Suecia (43.900). De los casos españoles, según Acnur, se ha concedido el 20%.

Y eso que el Gobierno español ha adoptado iniciativa­s en este último mes, y ha abierto la puerta a acoger de forma extraordin­aria a un cupo de treinta sirios que han huido del conflicto bélico.

Los refugiados, los desplazado­s de su país por una guerra, por pertenecer a un grupo étnico perseguido, a otra raza, a otro credo o por política son una realidad silenciosa para la mayoría de la población. Sólo, de vez en cuando, conocemos un nombre, como Manar Almustafa; y eso supone un grito que rasga el ominoso silencio en que han caído los expatriado­s: personas que antes tenían una vida como nosotros. Pero saber que Manar no está sola no es un consuelo: es un estremecim­iento.

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F.G. GUERRERO / EFE Un grupo de refugiados sirios se congregó ayer en la plaza de España de Melilla con el fin de acampar en protesta por su situación

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