El compañero Francisco
arte de la mañana del martes la transcurrí en el programa de radio de Mònica Terribas. La pantera rubia catalana, a quien ahora intuyo más plural, es una mezcla explosiva de flequillo, talento, mirada y profesionalidad. La pantera rubia catalana me invitó a hablar del papa Francisco y del Cant de
la Sibil·la. En el estudio de Catalunya Ràdio, a mi izquierda tenía al teólogo y jesuita de alma andina José Ignacio González Faus, en cuyo jersey de lana, como si fuera una declaración de principios, pacía una llama. A mi derecha tenía al también teólogo y párroco de la basílica de Santa Maria del Mar Salvador Pié. Fue, pues, al salir de Catalunya Ràdio cuando recibí la llamada telefónica de Leandro, un librepensador que está a punto de cumplir 90 años. Lo conocí en un bar de Sants y ya el primer día me habló de la fraternidad universal.
A Leandro le extraña que escriba crónicas en las que a veces aparecen monseñores y cardenales del Vaticano, pero finge que me entiende. “No sé por qué últimamente te ha dado por escribir de temas vaticanos, pero, en fin, como no eres un converso, creo que te entiendo. Lo que tú quieres es seguir escribiendo lo que te da la gana”. Y le respondo que sí.
Leandro es un aragonés ateo. O eso creo. Porque con este fraterno librepensador no he hablado nunca de religión. Pero siendo ateo, que yo creo que lo es, nunca ha tenido necesidad de provocar ese aplauso fácil que siempre procuran algunos de esos anticlericales de salón que cada vez lo tienen peor con este Papa que llegó del fin del mundo. A la tropa del anticlericalismo frontal, hueco y sin argumentos le iban mejor las cosas con otros papas y con el cardenal Rouco Varela, que siempre se metía en algún jardín. Hasta Jordi Évole, que se atreve mucho más con la llamada derecha y sus satélites que con la llamada iz- quierda y sus feligreses, echará en falta al cardenal gallego. Pues bien, resulta que Leandro, mi querido librepensador, había escuchado el programa de la pantera catalana, el programa de Terribas. Y me lo demostró: “No sabes lo que me he reído cuando esa oyente, creo que la de Mataró, se ha dirigido a los tres sacerdotes que estabais en el programa. Te han confundido con un cura. Pero, oye, te lo digo muy en serio: algunas de las cosas que dice y hace el papa Francisco me están gustando bastante. Comienzo a verle yo cara de compañero, aunque sé que nunca jugaremos en el mismo equipo. Cara de compañero, sí. Y no te rías más. Porque ahora el que te ríes eres tú”.
O sea, que una hora después entraba yo en la basílica de Santa Maria del Mar con la intención de asistir, si así me lo permitía su párroco, Salvador Pié, al último ensayo general del Cant de la
Sibil·la, que se iba a interpretar algunas horas después y antes de la celebración de la misa del gallo. Un Cant de la Sibil·la tras el que se introduciría una novedad: la poesía de Salvador Espriu. La basílica de Santa Maria del Mar, ese gótico que relaja y reconforta, esa arquitectura que debe su secreto al número 33, a ese sistema que en la Edad Media llamaban ad
quadratum, es, pese a los turistas, uno de los mejores espacios de Barcelona; un espacio que a veces logra que muchos se encuentren consigo mismos aunque no hayan entrado buscando a Dios. Y el martes, aproximadamente a las 12.30 h, sentados en el lado derecho del altar mayor, Salvador Pié hablaba con la soprano Àngels Graells, con Oriol Castanyer y con Neal Gowley, es decir, con la Sibila, con el director de la coral Sinera y con el organista de Santa Maria del Mar, que es estadounidense. Llegué tarde. El ensayo ya había acabado. La primera vez que escuché el
Cant de la Sibil·la, esa inquietante composición que habla del Juicio Final, del fuego, del azufre, de terremotos, etcétera, fue en la catedral de Palma de Mallorca. Y siempre que escucho el Cant de
la Sibil·la, el que sigue la tradición mallorquina, pienso en la voz morena de Maria del Mar Bonet y en las cinco sibilas, por su-
Algunas cosas que dice el papa Francisco coinciden con las que a veces dice un diputado de la CUP
puesto paganas, que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. Y allí siguen, porque, aunque eran paganas, anunciaron la era cristiana. O eso es lo que cuentan algunos.
El martes, al abandonar la basílica de Santa Maria del Mar, mientras un trompetista asilvestrado tocaba el villancico de los peces en el río, pensé en lo que habíamos hablado horas antes en el programa de Mònica Terribas. Por ejemplo, que algunas de las cosas que dice el papa Francisco coinciden con las que a veces dice un diputado de la CUP. Y no me refiero al que amenazó a Rodrigo Rato en el Parlament de Catalunya a la manera islámica, es decir, con una feroz chancla en la mano, sino a Joaquim Arrufat.
El compañero Francisco. Creo que a Rouco Varela no le gustaría esta expresión. Al papa Francisco probablemente sí.