EIFFEL La vuelta a la torre en 120 años
La ‘dama de hierro’ conmemora los 90 años de la muerte de Gustave Eiffel y los 30 del restaurante Jules Verne
Ayer se cumplieron 90 años de la muerte de Gustave Eiffel, cuyo apellido rubricó millones de postales. Pero esta historia puede empezar en octubre pasado, cuando su tataranieta fue recibida en el Eliseo. El presidente François Hollande prendió la Legión de Honor en la blusa de Virginie Couperie-Eiffel, nacida en 1962, campeona de equitación, y orgullosa del segundo apellido, que la emparenta con la torre más célebre del mundo.
Y, directamente, con su tatarabuelo, el mal conocido, genial, curioso y generoso ingeniero que hace 120 años le plantó un símbolo imperecedero a París.
Campeona francesa de salto de obstáculos en el 2005, Virginie es una de las fundadoras del torneo de equitación de Gucci, del que Carlota Casiraghi, amazona y flamante madre, es emblema. Por su parte, Virginie se luce con la yegua Noah, nacida y criada como ella en Château Bacon, la propiedad en la que cría sesenta caballos deportivos y además los monta.
La amazona Virginie Couperie-Eiffel ha rodado un documental sobre su tatarabuelo
Ese castillo es casamentero. Cuando Virginie tenía 13 años apareció por allí el famoso cantante Julien Clerc: aficionado a la equitación, fue a comprar un caballo y, como diría una canción suya, dejó el corazón. Se casaron siete años más tarde y se divorciaron en el 2001. Un lustro después, en Burdeos, Virginie se cruzó con al actor Charles Berling, ex –entre muchas otras– de una tal Carla Bruni. Se habían conocido en Saint Tropez y como Berling rodaba en la región, Virginie lo invitó a cenar en el castillo encantado. Y hasta hoy.
Familia recompuesta, Virginie y Charles viven con los dos hijos de ella –Vanille, de 20 años, ya cantante como papá, y Barnabé, de 16– y el del actor: Emile, 18 años. Y con sus caracteres, orígenes e ideologías diferentes.
Aristócratas sin un céntimo –“en el castillo se comía sopa, lengua estofada y flan cada día”– y grandes burgueses adinerados se reunieron en conveniente boda y dieron nacimiento a Virginie.
Charles, en cambio, nació en una familia de clase media. “Yo soy más bien de izquierdas –lo que no me impide llevarme bien con Carla (Bruni) a pesar de las
ideas de su marido; en cambio, Virginie –reconoció Berling a Paris Match– lo tiene más liado desde el punto de vista ideológico”.
Pero si la pareja viene a cuento es sobre todo porque la otra pasión de Virginie, la que siente por el tatarabuelo, fue contagiosa: hace dos años, en la pasarela de Burdeos, obra concebida por un Eiffel de 26 años, empezó el rodaje de Sur les traces –tras las huellas– de Gustave Eiffel, documental de Charles Berling, guión de Virginie. El filme fue estrenado por France 5, cadena de la televisión nacional francesa. Idea básica del trabajo: los descendientes mezclan sus recuerdos, documentos y anécdotas sobre el pariente, “para devolverle su dimensión humana”.
Y es que la torre infiel –como la llamaba Carmen Amaya– no deja ver el bosque de actividades del precoz creador que con 35 años fundó su empresa de carpintería metálica y diez años más tarde tendía el puente de Maria Pia, sobre el Duero, en el norte de Portugal o, en 1884, el de Garabit, al sudeste de Francia, cuyo arco central de 165 metros fue el mayor de su época.
Nacido como la mostaza en Dijon, en 1832, enterrado hace noventa años en el cementerio parisino de Levallois, ambas localidades lo recuerdan ahora. Pero sería normal que también lo hiciera España, Hungría (la estación ferroviaria de Pest en 1877) o Estados Unidos (la estructura interna de la estatua de la libertad en 1886).
Precisamente, tres años después de terminar esa instalación neoyorquina coinciden, en París, una exposición universal y el centenario de la Revolución. La capi- tal francesa aspiraba –Edison mediante– a ser ciudad de la luz. Pero necesitaba un símbolo. Eiffel lo imaginó, alto, para que fuera visto desde cualquier punto de la ciudad que el barón Haussmann había transformado.
“La torre fortaleció la creación del mito de París como capital internacional, aunque es curioso que ese símbolo haya sido una construcción de hierro, en una ciudad apoyada en la piedra”, señaló a Efe Bertrand Lemoine, director de investigaciones en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia (CNRS) y experto en la obra de Gustave Eiffel.
Como suele suceder en París –Tour Montparnasse, centro Pompidou, pirámide del Louvre– las élites la condenaron pero fue aprobada por el uso diario.
En 1887, el mismo año en que se inició la construcción de la torre, Eiffel lanzó la de las esclusas del canal de Panamá, que aún hoy respetan su diseño, aunque no pudo terminar la obra, porque fue multado por haberla comercializado antes de hora.
Se convirtió, con éxito, a la investigación: meteorología –con su torre como estación–, aeronáutica –uno de sus dos túneles de viento para pruebas de resistencia sigue activo– y radiofonía, con emisiones desde la torre, cruciales en tiempo de guerra y garantía de supervivencia de la torre, en tiempos de paz. Porque las amplias faldas de hierro debieron desaparecer hace un siglo. Fueron salvadas por primicias como la señal de radio al Panteón en 1898, la estación de radio militar en 1903, la primera emisión pública de radio en 1925, la televisión luego. Hoy, con 116 antenas, la torre Eiffel da sintonía a seis canales de televisión y 30 estaciones de radio.
Una empresa, SETE, en la que el Ayuntamiento tiene el 60% explota desde el 2006 el transitado monumento (66,5 millones de euros en el 2012) y en su permanente modernización firmó ahora un acuerdo con el instituto cultural Google.