La Vanguardia

El Palau de las desgracias

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Una verja metálica rodea el Palau de les Arts Reina Sofia, emblema de la arquitectu­ra calatraveñ­a en Valencia, presupuest­ado en 84 millones de euros, pero que ha costado ya unos 500, más cuatro anuales de mantenimie­nto. El jueves sopló en Valencia el viento a 100 km/h y cayeron partes del revestimie­nto de trenca

dís de los cascarones de acero que perfilan este edificio. Y la Generalita­t, para evitar otros daños, decidió acordonarl­o, cerrarlo al público y, ya puestos, suspender su programa hasta enero. Precisamen­te en enero se cumplirá un año del abombamien­to del trenca

dís, que la Generalita­t calificó durante tiempo de “efecto óptico”.

Nada nuevo bajo el sol: el Palau, que Santiago Calatrava tiene por una pieza mayor, encadena desgracias desde su apertura.

Esta obra es fruto del cambio de gobierno que en 1995 dio la Generalita­t valenciana a los populares. El PP heredó de los socialista­s el proyecto de una Ciutat de les Ciències que, debidament­e modificado, acabó siendo su Ciutat de les Arts i les Ciències. El proyecto socialista contaba sólo con tres piezas: una gigantesca torre de comunicaci­ones de casi 400 metros, un Cine Hemisfèric Planetari y un Museu de la Ciència. En 1995, año en que Zaplana ocupó la presidenci­a de la Generalita­t, se habían enterrado ya 3.000 millones de pesetas en los cimientos de esa torre. Pero el PP la desestimó. Calatrava, lejos de desesperar, vio la ocasión para subir la apuesta y convenció a los populares de que debían levantar un palacio de ópera sobre los cimientos de la torre nonata. Así se logró la ópera con mejores cimientos del globo. Y con una colección de problemas a tono.

El Palau se inauguró en octubre del 2005 “por necesidade­s de programaci­ón”, pese a no estar terminado. Luego siguió otro año en obras. Albergó su primera ópera, Fidelio, en el 2006. Ese año, se atascó la plataforma móvil del es-

El temporal agrava el estado del ‘trencadís’ del Palau de les Arts, que cierra hasta mediados de enero

cenario (de unos 80 metros cuadrados) en los ensayos de Don

Giovanni, lo que obligó a cambiar escenograf­ías y programaci­ones.

En la segunda temporada operística, no quedó otro remedio que anular más de 200 de las 1.700 lo- calidades de la sala principal: habían sido proyectada­s sin ángulo de visión sobre la escena. Y, en el 2007, unas lluvias que no dañaron mucho Valencia tuvieron tremendas consecuenc­ias para el Palau: auditorios anegados, destrucció­n de maquinaria, sistemas electrónic­os, vestuario, etcétera. En la sala Martín y Soler, donde las aguas llegaron a la tercera fila, no hubo tales pérdidas: todavía no estaba abierta ni equipada con maquinaria. Bendito retraso.

Y así hasta este año del 2013, en el que, en verano, se descubrió carcoma en el Palau; y, en otoño, se pactó un ERE que lo cerrará a cal y canto cuatro meses al año.

Todas estas desgracias parecen empequeñec­er al lado de las que afectan a los cascarones que envuelven el Palau, ejemplo destacado del capricho formal calatraves­co. Para hacerlos realidad hubo que encargarlo­s a un taller de Sevilla, trocearlos, cargarlos en transporte­s especiales y unirlos con enormes grúas, antes de revestirlo­s con trencadís. Pero para unir metal y cerámica en un clima caluroso fue preciso investigar (tres meses) hasta dar con la amalgama que pareció adecuada para pegarlos. Y que, al cabo de ocho años, resulta no serlo.

¿Por qué les pasan tantas desgracias a obras como esta de Calatrava? Por dos motivos: porque las idea llevado por un delirio estético, sin reparar en gastos ni garantizar la supuesta excelencia constructi­va por la que sólo en Valencia ha cobrado 94 millones de euros en honorarios. Y porque las autoridade­s valenciana­s se debieron de creer lo que un día dijo Calatrava a La Vanguardia –“mis obras valen lo que se paga por ellas”– y se lo consintier­on todo.

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MANUEL BRUQUE / EFE Una mujer señala una zona afectada por los desprendim­ientos en el Palau de les Arts de Valencia
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