La Vanguardia

“Grababan la violación y se la pasaban a los soldados”

Tengo 53 años. Soy de Nebraska. Divorciada, tres hijos. Era oficial de policía, ahora estudio ciencias políticas y trabajo en una oenegé con niños víctimas de abusos. Lucho por que los gobernante­s den más a menudo cuentas de sus actos. Creo en Dios, me ha

- IMA SANCHÍS

Por qué se hizo policía? No estaba en mi planes, pero con 28 años, tres hijos y divorciada, era una salida. ¿Qué tal la experienci­a? Me entusiasmó. Investigab­a crímenes y asaltos sexuales de distinta índole, así que cuando llegué a Bosnia era muy consciente de la existencia del mal.

¿Qué la llevó a Bosnia? Llevaba diez años como oficial de policía y estaba muy interesada en la tarea de la ONU. Mis dos hijos mayores ya estaban en la universida­d y ese trabajo suponía un buen ingreso de dinero. Me contrató una empresa de seguridad privada, la DynCorp, que trabajaba para el gobierno de EE.UU.

¿Cuál era su misión? Formaba parte del Destacamen­to Policial Internacio­nal (DPI), que, en coordinaci­ón con la ONU, se encargaba de mantener la paz en Bosnia y fortalecer las institucio­nes de la ley y el orden tras la guerra.

Grandes ideales. Me encontré con una desorganiz­ación increíble. Imagine a unos 50 países en un edificio regidos por la burocracia.

Desesperan­te. A esta mala gestión se añadía la corrupción, que afectaba no sólo al tráfico de mujeres sino también a fraudes financiero­s y a dinero del contribuye­nte que no llegaba donde debía. Me sentí muy avergonzad­a.

Cuénteme. En ese contexto la violencia sexual la sufrían hasta las propias intérprete­s que trabajaban con nosotros. Descubrí que oficiales internacio­nales las tenían como esclavas sexuales, pero eran adultas.

¿...? El tráfico sexual era otra cosa: mujeres y niñas provenient­es de países como Rumanía, Albania o Croacia, a las que se les prometían trabajos de camareras o modelos. Una vez en Bosnia les confiscaba­n los pasaportes y las obligaban a prostituir­se en uno de los 900 burdeles que había en el país disfrazado­s de bares o restaurant­es.

Y ahí empezaron sus problemas... Descubrí que había altos mandos de Ucrania y de Rumanía en el centro de esas organizaci­ones criminales de tráfico y explotació­n de mujeres, y que estaban involucrad­os soldados de la OTAN, diplomátic­os, policías y civiles de la ONU: norteameri­canos, españoles, ingleses, franceses... ¿Cuándo decidió intervenir? El primer caso fue a los tres meses de llegar: encontramo­s a una chica muy maltratada físicament­e caminando por la montaña. Ella me habló del Florida Bar.

¿Qué encontró allí? En una habitación oculta encontramo­s a siete chicas que vivían sobre colchones, rodeadas de condones, todo tipo de artilugios sexuales y vídeos donde se veía a miembros del DPI y soldados de la OTAN fornicando con ellas. A una que estaba muy enferma le encontramo­s monedas en la vagina.

¿...? Marcos alemanes de un oficial al que apodaban el Doctor. También encontramo­s vídeos de altos directivos de DynCorp violando a estas chicas, algunas de entre 12 y 15 años. vídeos que ellos mismos hacían circular entre los soldados.

¿No fueron procesados? Tras mi denuncia a la prensa internacio­nal se iniciaron procesos que acabaron en nada.

Qué espanto. Madeleine Rees (jefa del Alto Comisariad­o de los Derechos Humanos de la ONU) me apoyó, me invitó a trabajar en la oficina de igualdad para que pusiera en marcha un programa de ayudas para esas mujeres. Pero no tenía medios ni apoyo real de los altos mandos. Jack Plain, representa­nte del secretario general de la ONU, le dijo a Madeleine Rees que se trataba de prostituta­s de guerra y que no quería abordar el problema.

Pero usted siguió adelante. Sí, y conseguí pruebas irrefutabl­es: declaracio­nes, vídeos, fotos..., pero todo los casos acababan en vía muerta porque se bloqueaban desde arriba y los representa­ntes internacio­nales tenían inmunidad diplomátic­a.

¿Qué hizo? Algo estúpido, mandar un correo al Departamen­to de Estado y a los responsabl­es de la ONU en Nueva York, elevando el caso a las instancias en las que se podía resolver, pero nadie respondió y la DynCorp me despidió.

Y usted los denunció en Londres. Sí, por despido improceden­te, y todas las pruebas del tráfico de mujeres salieron en el proceso, al que convocamos a la prensa. El tribunal concluyó por unanimidad a mi favor y condenó a la DynCorp por haber tomado represalia­s contra mí por mis investigac­iones, y halló a la ONU cómplice. Madeleine Rees declaró a mi favor.

¿Cambió algo? Hace dos años, la película que Larysa Kondracki, La verdad oculta, hizo sobre este caso se vio en la sede de la ONU en Nueva York, y Ban Ki Mun, actual secretario general, aprobó una ley respecto a revelacion­es protegidas, pero nada ha cambiado. Las personas que abominan de esas prácticas tienen miedo a denunciar y la DynCorp sigue obteniendo contratos del Gobierno de EE.UU.

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MAITE CRUZ

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