La rectificación del Rey
El gran mensaje de Navidad del 2013 de Don Juan Carlos (el menos seguido en televisión de cuantos ha pronunciado) significa, además de un regreso del monarca a las convicciones de la Nación plural que él siempre ha tratado de encarnar, una rotunda rectificación de su carta, publicada en la web de su Casa en septiembre del 2012, en la que banalizaba el proceso soberanista catalán suponiendo que se trataba de una “quimera” y negando que fuera este el momento de debatir “si son galgos o podencos”. Aquel texto fue inadecuado, en el fondo y en la forma. Le hizo al Rey mucho daño en Catalunya, un daño que se añadió al que padecía en su reputación tras conocerse las circunstancias de su viaje a Botsuana en el mes de abril anterior y en plena instrucción de la causa penal a su yerno en la que podría verse involucrada su hija menor, Doña Cristina, la infanta más catalana de la familia real.
Es difícil, muy difícil, pretender ahora –aunque hay que intentarlo– que las palabras de Don Juan Carlos del pasado día 24 sean escuchadas y analizadas con rigor, tanto en Madrid como en Barcelona. No me parece audaz, sin embargo, sostener que el Rey se pronunció en su mensaje mucho más como un monarca Habsburgo que como un Borbón. La monarquía hispánica que John Elliott denominó “compuesta” era la vigente en España con los Austrias en los siglos XVI y XVII. Una corona que –unida en el vértice de la de Castilla– respetaba la institucionalización de las otras que componían la vastedad enorme de las Españas. Felipe V, tras la Guerra de Sucesión –de la que es urgente volver a debatir para establecer su auténtico perímetro histórico–, encarnó al primer Borbón que decretó la Nueva Planta para Catalunya con proscripción de sus constituciones y arrumbamiento de su lengua, pero con compensaciones económicas innegables, dando comienzo a un proceso centralizador y al establecimiento –como en el resto de Europa– del Estado-nación.
Don Juan Carlos dijo en su mensaje que la Corona promueve y alienta un determinado “modelo de Nación” (sic) libre, justa y unida, en la que “cabemos todos”, pero que debe acoger las culturas que compartimos (en plural), las sensibilidades distintas, “nuestras lenguas” y “la aceptación del diferente”. El Rey no apelaba a una monarquía “compuesta” en los términos que se entendía por tal en siglos pasados, pero sí, como muchos académicos
Don Juan Carlos hizo un gran esfuerzo de empatía con la situación sociopolítica española
consideran que es apropiado adjetivarla, a una monarquía “plural”. Y para lograrlo, el Jefe del Estado no descartó –al contrario– reformas en la Constitución para “mejorar la calidad de nuestra democracia” y tomó nota de que hay voces que piden la “actualización de nuestros acuerdos de convivencia”. Don Juan Carlos no mencio- nó Catalunya, pero se refería obviamente al proceso soberanista saliendo a su paso con una interpretación desde la Jefatura del Estado sobre nuestro marco legal y político bastante más flexible y adaptable de lo que muchos dirigentes con poder inmediato para modificarlo quieren asumir.
El Rey, además, retirando implícitamente sus palabras de la carta de septiembre del 2012, invitó al diálogo –el gran procedimiento de encuentro durante la transición– y a “ceder” cuando sea preciso hacerlo. Diálogo y cesión –imperativos para todas las partes en conflicto– que siguen siendo los procedimientos políticos que rescatarían a España de una crisis de consecuencias incalculables si la tensión territorial ahora planteada no discurre por cauces de una mayor racionalidad y se instala, como comienza a parecer, en la visceralidad, la emotividad y el voluntarismo.
Alcanza a muchos la duda de si Don Juan Carlos dispone aún de autoridad moral para obtener una audiencia respetuosa de la clase política y de los sectores dirigentes de la sociedad española. Lo ignoro, pero resulta evidente que el Rey ha hecho un considerable esfuerzo de empatía con la situación sociopolítica de España y que ha ofrecido un juicio atinado desde una posición de poder muy reducido (el arbitraje y moderación de las instituciones) y desde un simbolismo declinante (representar la permanencia y unidad del Estado).
Muchos países con tensiones centrífugas (Reino Unido, Bélgica) encuentran en sus respectivos reyes un punto de encuentro, un amparo a su propia diversidad, un engarce a su tendencia disgregadora. Don Juan Carlos, a tenor de sus palabras, quiere recuperar para la institución que encarna esa función que durante años ha venido deteriorándose en su credibilidad y, sobre todo, en su efectividad. España ha de aprovechar todas las oportunidades para superar su crisis institucional y también, por tanto, la que ha ofrecido el hondo y bien trabado mensaje del Rey en esta Navidad del 2013.